Esta foto la tomé en abril de 2018 en la Basílica del Santísimo Rosario del convento de Santo Domingo, en Lima, Perú. Es el Niño de santa Rosa de Lima, una talla del Dulce Nombre de Jesús y su Sacratísimo Corazón y que la patrona de América llamaba con ternura su "Doctorcito" o "Mediquito".
Los limeños le tienen mucha devoción a esta imagen, que llevan en procesión por el centro de la ciudad cada enero, sobre el fin del tiempo litúrgico de Navidad.
Según señala el padre Ángel Peña, en un libro sobre la santa limeña, este Niño presidía la sala de la casa paterna de Rosa donde atendía a los enfermos que llevaban a curar. Con él, como médico divino, obtenía curaciones milagrosas cuando no había remedio humano.
Ya me había referido en una entrada anterior del blog a las gracias místicas de Rosa en relación al Niño Jesús, pero quisiera destacar aquí cómo esas experiencias profundas del Amor de Dios le impulsaron a amar por Cristo, con Él y en Él a los demás, especialmente a los pobres y enfermos.
Rosa vivió una espiritualidad encarnada. Su vida intensa de oración y penitencia, de encuentro íntimo con el Señor, de piedad y sacramentos alimentaba y sustentaba su servicio de entrega cotidiana a los más necesitados, su disponibilidad, su generosidad.
El "Doctorcito" que Rosa conoció tan bien no tiene asco de los males espirituales y corporales de los hombres, no tiene miedo de mirar y tocar nuestras heridas, no teme ensuciarse o contagiarse, tiene compasión... y Rosa, unida a Él, buscó imitarle.
Cuenta su primer biógrafo, fray Leonardo Hansen, que mientras Rosa vivió en la casa de sus padres, una de sus "grandes satisfacciones" era, con su permiso, llevar allí a los pobres enfermos, a quienes curaba con sus propias manos y les procuraba las medicinas necesarias.
"Al principio sufrió constantes repulsas, porque la madre juzgaba que en el estado de salud de Rosa haría mejor en cuidarse a sí misma; más habiendo conseguido la hija vencer las resistencias maternales, tan buena obra llegó a ser para ella una necesidad incesante. Cuando una enferma sanaba, buscaba otra, y adoptaba con preferencia aquella cuya enfermedad le parecía más repugnante. Luego que la llevaba a la casa, comenzaba por lavarla de la cabeza a los pies y curar sus úlceras; luego la vestía con ropa limpia, y la colocaba en una aseada cama. En seguida le lavaba sus vestidos y los arreglaba con un extremo cuidado, a fin de devolvérselos en buen estado después de su curación: en fin. la servía en todas sus necesidades con una caridad tan alegre como compasiva", describe Hansen.
Rosa también iba a casas y hospitales a atender enfermos. Cuenta su biógrafo que una vez que volvía de asistir a una anciana leprosa, su madre la reprendió por el mal olor y las manchas que traía en su vestido. Rosa le respondió: "Lo que se trae del servicio de los enfermos es el buen olor de Jesucristo: es verdad que la infección del mal se mezcla con él; pero ¿qué hemos de hacer? Por lo demás, la caridad no es delicada y las enfermedades del prójimo no le causan ningún disgusto".
¡Tal enfermera para tal Doctorcito!
Oración al Doctorcito de santa Rosa de Lima
¡Oh, Divino Niño Jesús! que al hacerte hombre quisiste sufrir y morir por los hombres y alcanzar el triunfo sobre el pecado, el dolor y la muerte, a Ti acudo lleno de confianza, pidiendo me concedas la salud del alma y del cuerpo. Remedia mis males y perdona mis pecados, para que con todas mis fuerzas te ame y sirva, y sea útil al prójimo. Pero, si deseas que con la enfermedad comparta tus sufrimientos, haz que la sobrelleve con paciencia, resignación y alegría, y ofrezca mis dolores para purificar mi alma y obtener remedio de todas las necesidades del mundo. Amén.
Los limeños le tienen mucha devoción a esta imagen, que llevan en procesión por el centro de la ciudad cada enero, sobre el fin del tiempo litúrgico de Navidad.
Según señala el padre Ángel Peña, en un libro sobre la santa limeña, este Niño presidía la sala de la casa paterna de Rosa donde atendía a los enfermos que llevaban a curar. Con él, como médico divino, obtenía curaciones milagrosas cuando no había remedio humano.
Ya me había referido en una entrada anterior del blog a las gracias místicas de Rosa en relación al Niño Jesús, pero quisiera destacar aquí cómo esas experiencias profundas del Amor de Dios le impulsaron a amar por Cristo, con Él y en Él a los demás, especialmente a los pobres y enfermos.
Rosa vivió una espiritualidad encarnada. Su vida intensa de oración y penitencia, de encuentro íntimo con el Señor, de piedad y sacramentos alimentaba y sustentaba su servicio de entrega cotidiana a los más necesitados, su disponibilidad, su generosidad.
El "Doctorcito" que Rosa conoció tan bien no tiene asco de los males espirituales y corporales de los hombres, no tiene miedo de mirar y tocar nuestras heridas, no teme ensuciarse o contagiarse, tiene compasión... y Rosa, unida a Él, buscó imitarle.
Cuenta su primer biógrafo, fray Leonardo Hansen, que mientras Rosa vivió en la casa de sus padres, una de sus "grandes satisfacciones" era, con su permiso, llevar allí a los pobres enfermos, a quienes curaba con sus propias manos y les procuraba las medicinas necesarias.
"Al principio sufrió constantes repulsas, porque la madre juzgaba que en el estado de salud de Rosa haría mejor en cuidarse a sí misma; más habiendo conseguido la hija vencer las resistencias maternales, tan buena obra llegó a ser para ella una necesidad incesante. Cuando una enferma sanaba, buscaba otra, y adoptaba con preferencia aquella cuya enfermedad le parecía más repugnante. Luego que la llevaba a la casa, comenzaba por lavarla de la cabeza a los pies y curar sus úlceras; luego la vestía con ropa limpia, y la colocaba en una aseada cama. En seguida le lavaba sus vestidos y los arreglaba con un extremo cuidado, a fin de devolvérselos en buen estado después de su curación: en fin. la servía en todas sus necesidades con una caridad tan alegre como compasiva", describe Hansen.
Rosa también iba a casas y hospitales a atender enfermos. Cuenta su biógrafo que una vez que volvía de asistir a una anciana leprosa, su madre la reprendió por el mal olor y las manchas que traía en su vestido. Rosa le respondió: "Lo que se trae del servicio de los enfermos es el buen olor de Jesucristo: es verdad que la infección del mal se mezcla con él; pero ¿qué hemos de hacer? Por lo demás, la caridad no es delicada y las enfermedades del prójimo no le causan ningún disgusto".
¡Tal enfermera para tal Doctorcito!
Oración al Doctorcito de santa Rosa de Lima
¡Oh, Divino Niño Jesús! que al hacerte hombre quisiste sufrir y morir por los hombres y alcanzar el triunfo sobre el pecado, el dolor y la muerte, a Ti acudo lleno de confianza, pidiendo me concedas la salud del alma y del cuerpo. Remedia mis males y perdona mis pecados, para que con todas mis fuerzas te ame y sirva, y sea útil al prójimo. Pero, si deseas que con la enfermedad comparta tus sufrimientos, haz que la sobrelleve con paciencia, resignación y alegría, y ofrezca mis dolores para purificar mi alma y obtener remedio de todas las necesidades del mundo. Amén.
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