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Niño invitado #52: Rosa de su Corazón


Estas fotos las tomé el 30 de agosto de 2016 en la Basílica Santa Rosa de Lima, de Buenos Aires.
Santa Rosa, patrona de América, es, más que devota, íntima amiga del Niño Jesús y se la suele representar con el pequeño Jesús en brazos, tal como la imagen que hay en la basílica. En esta iglesia hay también una preciosa imagen del Niño sentado, que puede verse en uno de los altares laterales, y un pesebre muy bello, exhibido durante todo el año.
Santa Rosa nació el 30 de abril de 1586 en Lima. Su nombre era Isabel Flores y Olivia. Pero era tan hermosa que, siendo muy pequeña, su madre, considerándola bella como una flor, comenzó a llamarla Rosa.
Según relata su primer biógrafo, fray Leonardo Hansen, siendo adolescente Rosa sufrió de escrúpulos a causa de su nuevo nombre y un día fue a la iglesia de Santo Domingo y se postró ante la imagen de la Virgen del Rosario, de la que era muy devota, para suplicarle un medio que la librase de un nombre que consideraba que había sido inspirado a sus padres por la vanidad. Entonces la Virgen se le apareció con el Niño en brazos y le dijo: "Este divino Niño que tengo aquí aprueba el nombre que llevas, pero desea que añadas también el de su Madre. Y así, de hoy en adelante, te llamarás Rosa de Santa María".
En 1606, con 20 años de edad, recibió el hábito de la Tercera Orden de Santo Domingo. Como dominica seglar, continuó viviendo en la casa de sus padres, dedicada completamente a una vida de oración intensa, penitencia, trabajo y caridad con los enfermos y pobres.
Murió el 24 de agosto de 1617, a los 31 años, en Lima.
Tuvo un inmenso amor a la Eucaristía y a la Virgen del Rosario.
Cuenta el padre Hansen que, siendo Rosa "tan pobre y despegada de las cosas de la tierra", todo su tesoro consistía en un rosario de coral. Y un día fue a la iglesia de Santo Domingo y le pidió al sacristán que colgara su rosario del cuello de la imagen de la Virgen. Algunos días después, entrando Rosa en la capilla de la Virgen del Rosario, vio su rosario, pero no en el cuello de María, sino en las manos del Niño Jesús. "Esto es un milagro, ¿pero qué es lo que significa? No lo sé", dijo el sacristán muy sorprendido. Pero Rosa sí sabía: esperaba una señal de Jesús.
Rosa vivía en la Presencia de Dios y tenía un trato familiar con el Niño que, a veces, otros llegaban a vislumbrar.
Según relata el padre Hansen, mientras Rosa se ocupaba de sus labores de costura, el Niño se le aparecía, se sentaba sobre una mesa, le hablaba en silencio a su corazón, le sonreía y tendía hacia ella sus bracitos con ternura. Otras veces el Niño se posaba sobre un libro, se paseaba entre las líneas del texto y, mirando a Rosa con dulzura, le decía interiormente: "Léeme, porque Yo soy el Verbo o la Palabra: leeme con toda la atención de que soy digno porque, tan pequeño como me ves, encierro en mí todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios".
Un día, estando de visita en la casa de una señora, se retiró a un cuarto para orar. Una niña, hija de una criada de la casa, la sorprendió en el cuarto junto al Niño Jesús, vestido con una túnica en la que la púrpura se mezclaba con el azul del cielo. El Niño tenía el rostro brillante, con un resplandor celestial. Una cosa parecida pasó en la casa de Isabel de Mejía. La nieta de esta señora, oyendo que Rosa se paseaba en una galería retirada, fue a buscarla y la encontró caminando de la mano con el Niño, conversando en voz baja, con ios ojos fijos el uno en el otro.
Rosa tenía una talla del Dulce Nombre de Jesús y su Sacratísimo Corazón, una imagen del Niño al que llamaba dulcemente su "Doctorcito".
Según señala el padre Ángel Peña, en un libro sobre la santa limeña, este Niño  presidía la sala de la casa de Rosa donde atendía a los enfermos que llevaban a curar. Con él, como médico divino, obtenía curaciones milagrosas cuando no había remedio humano.
Rosa tuvo una vida mística intensa que, en parte, dejó entrever en unos pliegos de papel, con corazones de tela pegados y anotaciones de su puño y letra.
En uno de ellos representó las "mercedes hechas todas a un enamorado corazón tiernamente de Dios a una esclava de Cristo, indigna de ser contada entre los hijos de Dios, estampadas aquí con particular luz del cielo".
En esta composición, Rosa representó la segunda "herida de amor" con un corazón con una cruz en su parte superior y el Niño Jesús adentro. Y escribió: "Aquí descansó Jesús abrasándome el corazón".
Según Hansen, en algunos de sus éxtasis Rosa encontraba al "Amado de su corazón, a su dulce y adorado Jesús", como un recién nacido, en las pajas del pesebre, y lo adoraba "devotamente sonriendo en los brazos de su Madre y tendiéndole a ella sus divinas y pequeñas manecitas".
Pasando por los distintos estadios de la vida espiritual, Rosa, pocos meses antes de morir, recibió la gracia del desposorio místico.
Era el Domingo de Ramos de 1617. Para la procesión con los ramos, los sacristanes de la iglesia de Santo Domingo solían repartir palmas a todos los asistentes. Pero esta vez a Rosa no le tocó. Apenada, pensó que tal vez esto era consecuencia de alguna falta propia que no llegaba descubrir.
Al terminar la procesión, Rosa entró a la iglesia, fue a la capilla de Nuestra Señora del Rosario y se puso a llorar ante la Virgen.
Cuando alzó el rostro, vio que la Virgen la miraba con "un semblante más gracioso que el de costumbre". Entonces, cambió su ánimo, se alegró de no haber recibo la palma y le dijo a la Virgen: "Dios no quiera, Madre mía, que yo esté estrañando por más tiempo una palma que me habría dado una mano mortal. ¿No sois vos la magnífica palmera que adorna el desierto de Cades? Pues vos me daréis uno de vuestros ramos, y jamás se marchitará".
Vio entonces que la Virgen posó su mirada en el Niño Jesús que llevaba en brazos y luego volvió a mirarla con una dulce sonrisa. Entonces el Niño también la miró y le dijo: "Rosa de mi corazón, sé para siempre mi fiel esposa".
Rosa asintió. Mandó a hacerse un anillo con estas palabras grabadas en él: "Rosa de mi corazón, sé tú mi esposa". Al concluir la misa del Domingo de Pascua, se colocó el anillo, símbolo del amor que no tiene fin, de la verdadera palma que no se marchita.
"Rosa de mi corazón"...


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