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#275 El pozo de Belén


Este pesebre me lo regaló en mayo de 2019 mi amiga Daniela Temelini. El nacimiento fue hecho por la hermana de Daniela, carmelita descalza del Monasterio Santa Teresa de Jesús, de Buenos Aires.
Cuando lo vi, lo que más me llamó la atención fue un aljibe al costado del pesebre. ¿Qué hace un pozo de agua allí?
Lo curioso es que en Belén no hay uno sino tres pozos de agua históricos, cisternas cavadas en la roca, a poca distancia de la iglesia de la Natividad.
Son los pozos del rey David, asociados al episodio de los tres valientes soldados que irrumpen en el campamento de los filisteos para buscar agua, narrado en el segundo libro de Samuel y el primero de Crónicas:
"Estos tres, los más valientes de los treinta, bajaron juntos donde David, a la caverna de Adulam, en el tiempo de la siega, mientras que una tropa de filisteos acampaba en el valle de Refaím. David estaba en el refugio y había en Belén una guarnición filistea. Se le antojó decir a David: '¡Cómo me gustaría beber agua del pozo que hay junto a la puerta de Belén!'. Entonces los tres héroes penetraron en el campamento de los filisteos, sacaron agua del pozo que está en la puerta de Belén y se la ofrecieron a David. Pero él no quiso beberla, sino que la derramó como ofrenda a Yavé, diciendo: 'No permita Yavé que yo haga tal cosa. ¿No es la sangre de esos hombres que arriesgaron su vida por ir a buscarla?' Y no quiso beber. Esto hicieron los tres héroes" (2 Samuel 23, 13-17).
"Tres de los Treinta bajaron al principio de la siega a la cueva de Adullam, donde estaba David, mientras los filisteos se hallaban acampados en el valle de los Rafaím. Estando, pues, David en la cueva, una guarnición de filisteos ocupaba Belén. Le vino entonces a David un deseo y dijo: 'Quién me diera a beber agua de la cisterna que hay en la puerta de Belén'. Al punto estos tres irrumpieron en medio del campamento de los filisteos, sacaron agua de la cisterna que hay en la puerta de Belén, se la llevaron y se la ofrecieron a David. Pero David no quiso beberla, sino que la derramó en el suelo y la ofreció a Yavé, diciendo: 'No quiera Dios que yo haga tal cosa, no voy yo a beber esta agua, pues sería beber la sangre de estos hombres, ya que la trajeron arriesgando su vida'. No quiso beberla. Esto es lo que hicieron los tres héroes" (1 Crónicas 11, 15-19).
La sed, los valientes y el agua del pozo...
La sed de David puede ser nuestra sed, la sed profunda de Dios, del Dios vivo. Bien podemos cantar con él: "Señor, tú eres mi Dios, yo te busco ardientemente, mi alma tiene sed de ti, por ti suspira mi carne como tierra sedienta, reseca y sin agua" (Salmo 63). "Como la cierva sedienta busca las corrientes de agua,  así mi alma suspira por ti, mi Dios. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios?" (Salmo 42).
La sed de Dios puede llegar a ser tan intensa que, como dice san Juan de la Cruz en la "Noche oscura", parece que se "secan los huesos en esta sed, y se marchita el natural, y se estraga su calor y fuerza por la viveza de la sed de amor, porque siente el alma que es viva esta sed de amor".
Esta sed es una gracia. Dios pone y aviva en nosotros el deseo de Él, necesidad de su amor que nos impulsa a buscarlo.
"¡Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide 'dame de beber', tú le habrías pedido a Él y Él te habría dado agua viva!" (Juan 4, 10), le dice Jesús a la samaritana, junto a otro pozo, en Sicar.
Aquí el sediento es el propio Jesús, con una sed que despierta, a su vez, la sed en otros.
"Dame de beber" (Juan 4, 7), "tengo sed" (Juan 19, 28). ¿De qué tiene sed Jesús? Jesús tiene sed de que el Padre sea conocido y amado, tiene sed de cada uno de nosotros, sed de nuestro amor, de nuestro corazón... tiene sed de que lo aceptemos, lo dejemos entrar a nuestra vida y dejemos que Él nos de su Vida, tiene sed de darnos su Agua Viva, tiene sed de que deseemos esa agua, de que se la pidamos, tiene sed de nuestra sed de Él.
"La fuente tiene sed de ser bebida", decía san Gregorio Nacianceno.
Santa Teresa de Calcuta definió esa sed de Jesús como el "infinito anhelo de Dios de amar y ser amado". El descubrimiento de esa sed, durante un viaje en tren, en 1946, la impulsó, como a los tres valientes soldados de David, a salir de sí misma e ir a buscar cómo saciar la sed de Dios. Así nacieron sus Misioneras de la Caridad.
En el relato de David hay actitudes dignas de tratar de imitar para todo quien se sienta llamado por Cristo a saciar su sed.
Los tres valientes consideraban a David su rey. Como servidores y soldados, permanecían junto a él. Esto les permitió escuchar la voz de David, quien, en la intimidad con quienes consideraba sus cercanos, no tuvo reparos en expresarles su deseo, su sed. Los tres valientes actuaron con decisión, bastó con escuchar el anhelo de su señor, no hicieron cálculos ni le propusieron al rey una alternativa más sencilla para saciar su sed. No se cuestionaron que aquella empresa podría costarles la vida, no midieron la fuerza de los enemigos. Para ellos el saciar la sed de su rey y señor valía más que la propia sangre.
Se necesita ese arrojo y ese despojo de sí mismo para saciar la sed de Dios. Y para saciarle saciando, a su vez, la sed que otros tienen de Dios, del Agua Viva.
"Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo... porque tuve sed y me dieron de beber... Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos sediento y te dimos de beber?'... Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'" (Mateo 25, 34-40).
Ese arrojo y ese despojo de sí mismo para romper las líneas enemigas en busca del agua que anhela el sediento lo tuvo el propio Jesús en la Cruz. Cristo, viendo la sed del Padre y escuchando el grito de sed de la humanidad entera, dio su Vida. Y de su costado herido, de su Corazón abierto, brotó la fuente de la salvación. Él mismo es el pozo de Agua Viva.
"El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí. Como dice la Escritura: 'De su seno brotarán manantiales de agua viva'" (Juan 7,37-38).
"Que venga el que tiene sed, y el que quiera, que beba gratuitamente del agua de la vida" (Apocalipsis 22, 17).
Jesús nos ofrece su Agua, su gracia, sus dones, su salvación, su misma vida. Es un agua que sacia, diferente a otras, pero que, además, purifica, mueve, crece y fecunda a quien la bebe y a otros desde quien la bebe y la entrega a los demás. Porque esta agua nos convierte en pozos para saciar a otros sedientos del Dios vivo.
"El que beba del agua que yo le daré nunca volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna" (Juan 4, 14).
El Rey sediento, el Valiente y el Pozo de Agua Viva es el mismo Niño en el pesebre... ¡Señor, danos de esa agua!



"Acuérdate, Jesús: junto al brocal de un pozo, un viajero, cansado del camino, hizo que rebosaran sobre cierta mujer samaritana los raudales de amor que encerraba su pecho. ¡Yo  sé quién es aquel que pidió de beber, él es el  don de Dios, la fuente de la gloria! Eres tú, el agua que brota, eres tú, Jesús, que nos has dicho: 'Venid a mí'. 
Acuérdate de la amorosa queja que, clavado en la cruz, se te escapó del pecho. ¡En el mío quedó, Jesús, grabada, y por eso comparte el ardor de tu sed! Y cuanto más herido se siente por tu fuego, más sed tiene, Jesús, de darte almas. 
De que una sed  de amor me quema noche y día ¡acuérdate!
¡Acuérdate, Jesús, Verbo de vida, de que tanto me amaste, que moriste por mí! También yo quiero amarte con locura, también por ti vivir y morir quiero yo. 
Bien sabes, ¡oh Dios mío!, que lo que yo deseo es hacer que te amen y ser mártir un día. Quiero morir de amor. Señor, de mi deseo ¡acuérdate!".
Santa Teresa del Niño Jesús, 1896

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