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Pesebre invitado #47: La casa del pesebre


El 5 de enero de 2017 tuve el regalo maravilloso de conocer a Teresa y Susana Gargiulo, dos mujeres entrañables que me abrieron las puertas de su casa, en el barrio de San Telmo, en Buenos Aires, para conocer de cerca su tesoro familiar: un pesebre monumental, de 400 piezas, que se arma allí mismo, ininterrumpidamente, desde hace 73 años.
La tradición la inició Amalia, la madre de Teresa y Susana, cuando comenzó a armar un pesebre pequeño, con las figuras básicas, en la sala de la casa que da a la calle.
El nacimiento poco a poco se fue enriqueciendo con figuras, todas de estilo clásico, adquiridas por la propia familia y regaladas por amigos y parientes.
Con los años el pesebre se extendió hasta cubrir la totalidad de la sala, de 20 metros cuadrados, con una escenografía muy trabajada y diferentes cuadros dentro del entorno montañoso de Belén.
Es realmente impresionante, pero lo más impactante es lo que estas dos hermanas generan desde la que ya todo el mundo conoce en el barrio como "la casa del pesebre".
Al principio, al nacimiento solo lo veían quienes visitaban la casa de los Gargiulo para Navidad.
Pero un día Teresa le propuso a Amalia abrir las ventanas de la sala para compartir de algún modo con la gente del barrio este verdadero tesoro.
"Le dije que la familia y los amigos lo veían cada año y que había que compartirlo con la gente porque sino esto quedaba guardado en una casa. Y mamá aceptó", recuerda Teresa, de 71 años.
El gigantesco pesebre se arma y desarma cada año. Para finales de noviembre se abren los baúles que trajo su "nona" de Italia hace algo más de un siglo y comienzan a sacar una a una las piezas cuidadosamente guardadas.
Los muebles de la sala, incluido un piano, quedan tapados con cajas de cartón y papeles que, gracias a las dotes artísticas de Teresa y Susana, se convierten en rocas y montañas de la región de Judá.
Y montan cada escena, con detalles novedosos cada año, una tarea que les demanda mucho esfuerzo pero que, finalmente, cuando llega el 8 de diciembre y todo queda listo, se compensa con lo que sucede con la gente.
En el rato que estuve en "la casa del pesebre" perdí la cuenta de cuántos se pararon para asomarse por las ventanas a mirar el nacimiento. Vecinos, transeúntes ocasionales, gente que venía especialmente de otros barrios a ver el pesebre, turistas... Niños... y adultos con ojos de niños.
Y escuché, una y otra vez, cómo Teresa y Susana les explicaban qué es el pesebre, por qué lo arman cada año y cuál es el verdadero sentido de la Navidad.
"La gente tiene que darse cuenta de que Navidad es la llegada del Niño Jesús, no que viene Papá Noel", comenta Teresa.
Me contaron que hasta se han asomado jóvenes que no sabían siquiera qué es un pesebre...
"'¿Vos no sabés lo que es la Navidad?'. Qué cosa rara que no le cuentan ahora a los chicos... Pero bueno, ésta es una manera de que la gente que pasa por acá lo conozca", reflexiona.
Para Susana, de 66 años, ésta es también una manera de atajar "toda la locura que se vive en la calle" y ofrecer a la gente la posibilidad de al menos "tener un pensamiento y transportarse al misterio de la Navidad".
"Cada imagen, cada escena, te dice algo, te transporta a algo y, sin quererlo, se medita", señala Susana.
Me llevo de "la casa del pesebre" la certeza de que el nacimiento es casa de ventanas abiertas. Porque realmente el misterio que aconteció en Belén hace dos milenios no quedó encerrado en aquella gruta, guardado con exclusividad a la intimidad de María, José y Jesús. Fue, desde un principio, familia abierta a compartir el don del Dios-con-nosotros.
Si hubo epifanía, adoración, contemplación, fue porque aquel pesebre estuvo abierto a quien quisiera acercarse.
Y creo que así lo quiere Dios: que cada corazón sea pesebre donde nace Jesús, pero pesebre de ventanas abiertas, de tesoro compartido, desde donde el Niño se ofrece a tantos y tantos que quizás no le conocen o no saben cómo encontrarle. Eso es ser "casa del pesebre".



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