Este pesebre lo compré en noviembre de 2014 en el centro histórico de Lima, Perú.
Es una sola pieza, de cerámica, donde las figuras de la Sagrada Familia están dispuestas dentro de un chullo, gorro de lana típico de los Andes peruanos, hecho en colores llamativos y usualmente con orejeras para protegerse del frío. En muchos pesebres peruanos, el Niño Dios aparece ataviado con un chullo.
Un cuento de la escritora peruana Alfonsina Barrionuevo, titulado "El hermanito de Dios", relata de modo encantador cómo Rosendo, un muchacho de la Puna peruana, se topa en plena noche con el travieso Niño Jesús, que se ha escapado del pesebre de una iglesia y ahora tirita de frío, desnudo, entre las ortigas.
"Se inclinó y tocó con miedo la espiga rubia de su pelo. El vaho que se desprendía de su cuerpo se convertía en cristales", cuenta el cuento.
El Niño se puso a llorar y el muchacho se inclinó aún más para calmarle...
–¡Ay wayqey! ¡Ay sunqucha, ama waqaychu! (¡Ay hermanito! ¡Ay corazón, no llores!).
"El muchacho resplandecía de gozo. Había oído hablar del Niño Dios, del santo niñito que se escapaba de los brazos de su madre, la Virgen María, para jugar en la pampa con una flauta hecha de hueso de un pajarito, pero nunca soñó con encontrarlo", prosigue el relato.
–¡Ama waqaychu – repitió-, allkupuwan, noqapuwan, wasiman aparapusayki! (¡No llores, Siltucha, y yo te llevaremos a tu casa!).
El muchacho levantó al pequeño y lo envolvió en una faja. Cargó el Niño a su espalda, le colocó el chullo y reanudó su marcha rumbo a la iglesia, donde todos se preparaban para celebrar la Navidad.Al llegar, buscó a Dionisio, el sacristán, hecho un manojo de nervios pues el Niño había desparecido.
–El Niño está en mi atado. Lo encontré en la puna, entre las pajas. Allí estaba, llorando de frío.
–¡Dame, dame al Niño! ¡Niñucha! ¿Hasta cuándo te irás a los montes como pájaro sin nido? ¿Qué he de hacer? ¿Qué haré contigo, ahora que no puedo trepar cerros y que solo mi corazón va siguiendo tus huellas?...
"El Niño había vuelto a ser estatua de yeso. Lucía angelical con su sonrisa de estampa. Las torres dispararon su salva de repiques y el Dionisio, reverente, comenzó a ponerle palika y faja de colores. A su lado, respiraba como un fuelle el Rosenducha, el maqt´illo del milagro, que lo halló en el campo, tiritando, oculto entre los breñales".
La forma de chullo de este pesebre se me presenta como un cálido abrazo de bienvenida que la Humanidad da al Niño Salvador, gesto que se actualiza cada vez que estrechamos con igual calidez a cada hermano, saliendo al encuentro de sus necesidades materiales y espirituales, tal como lo hizo Rosendo, abrigando con su chullo al Niñito que se arriesgó por todos al frío de la Puna.
Porque tiritaba y le dio abrigo...
"Entonces el rey dirá a los de la derecha: Vengan, benditos de mi Padre, a recibir el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, era emigrante y me recibieron, estaba desnudo y me vistieron, estaba enfermo y me visitaron, estaba encarcelado y me vinieron a ver. Los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber, emigrante y te recibimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y fuimos a visitarte? El rey les contestará: Les aseguro que lo que hayan hecho a uno solo de éstos, mis hermanos menores, me lo hicieron a mí" (Mateo 25, 34-40).
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