Este pesebre lo compré en Miraflores (Lima, Perú), en noviembre de 2014.
Es una sola pieza, pequeña, de cerámica. Las figuras del nacimiento, de estilo indígena, están colocadas sobre la palma de una mano derecha.
Es, para mi, la diestra de Dios Padre, que nos presenta y ofrece el misterio de la encarnación de su Hijo y, a su vez, lo protege y acaricia como un tesoro en la palma de su mano...
Como hijos, hermanados con el Hijo, también somos llamados a hacer experiencia de las manos del Padre Dios.
Las manos de Dios son creadoras: "Mi mano cimentó la tierra, mi diestra desplegó el cielo" (Isaías 48,13). "Todo lo hicieron mis manos" (Isaías 66,2).
Las manos de Dios dan forma a sus obras: "Tu mano omnipotente de informe materia había creado al mundo (Sabiduría 11,17).
Son sus manos las que nos han creado: "Tus manos me formaron y me plasmaron" (Salmo 119,73). "Señor, Tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y Tú el alfarero: somos todos obra de tu mano" (Isaías 64,7).
Pero estas manos divinas no modelan una obra para dejarla en el olvido. Dios no abandona la obra de sus manos. Y su diestra es presencia constante en nuestras vidas.
La mano de Dios sostiene y rige la creación: "Tú lo gobiernas todo; en tu mano están el poder y la fortaleza, y es tu mano la que todo lo engrandece y a todo da consistencia" (1 Crónicas 29,12).
Y en sus manos están nuestra vida y todos nuestros caminos (Daniel 5, 23). "En tu mano está mi destino" (Salmo 31,16).
La mano del Señor es poderosa (Salmo 117, 15-16).
Llega adónde quiere (Isaías 50,2).
Dispersa a los soberbios de corazón y derriba del trono a los poderosos (Lucas 1,51-52).
Reúne a sus hijos (Ezequiel 20,34).
Sana (Job 5,18).
Protege y defiende (Sabiduría 5,16).
Libra a los cautivos (Salmo 136,12).
Auxilia y rescata (2 Samuel 22,17). "Yo soy tu Dios: te fortalezco y te auxilio y te sostengo con mi diestra victoriosa (Isaías 41,10).
La mano de Dios es refugio para sus hijos: "Me escondió en la sombra de su mano" (Isaías 49,2). "Nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre" (Juan 10,29).
La cercanía de la mano de Dios es señal de protección, de bendición, de su presencia paternal: "Que tu mano proteja a tu elegido" (Salmo 80,18). "La mano del Señor lo acompañaba" (Lucas 1,66).
Su mano es origen de todo lo bueno que recibimos gratuitamente. La mano de Dios es providente y generosa: "Tú abres la mano y colmas de bienes a todo viviente" (Salmo 145,16).
Estas manos tan poderosas para crear, dar, salvar a sus fieles y derribar al mal son, al mismo tiempo, expresión de la ternura con que Dios nos ama.
Las manos de Dios son caricia consoladora: "Sobre las rodillas los acariciarán; como a un niño a quien su madre consuela, así los consolaré" (Isaías 66,12-13).
Las manos de Dios son el abrazo amoroso del Esposo: "Su izquierda bajo mi cabeza y su derecha me abraza" (Cantar de los Cantares 2,6).
Somos tesoro en sus manos. Dios mira sus palmas y allí nos encuentra grabados, como sus joyas más preciadas: "Yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas te llevo tatuada" (Isaías 49,16). "Serás corona espléndida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios" (Isaías 62,3).
En estas benditas y amorosas manos estamos...
Que las palabras que el Hijo que se nos da en este pesebre pronunció antes de morir para darnos Vida nos animen a abandonarnos con confianza en las palmas de Dios: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lucas 23,46).
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