Éste es el pesebre armado en el Adviento 2013 en la parroquia San Luis, de la ciudad de Mercedes, provincia de Buenos Aires.
Está montado en el altar, a los pies del ambón, y la ubicación no es casual: desde donde se proclama la Palabra, se espera al Verbo.
Si se observa bien, la figura del Niño no está aún colocada. En lugar de dejar vacía la cunita de paja, como hacen muchos al armar el pesebre en señal de espera del nacimiento de Jesús, aquí, entre José y María, está el libro de la Palabra... ¡Hermoso signo!
San Juan inicia su Evangelio afirmando que en el principio era la Palabra, y la Palabra era Dios, era vida y era luz. Y El Verbo se encarnó para ser "Dios con nosotros".
"Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Juan 1,14).
Inspirado en este pasaje, san Juan de la Cruz hundió su corazón en este misterio de amor que era "en el principio", una comunicación amorosa que fluye en la Trinidad y se derrama hacia nosotros en la Encarnación.
Su contemplación quedó plasmada en este "romance" de la Trinidad, del cual comparto aquí algunos versos:
"En aquel amor inmenso
que de los dos procedía,
palabras de gran regalo
el Padre al Hijo decía,
de tan profundo deleite,
que nadie las entendía;
sólo el Hijo lo gozaba,
que es a quien pertenecía.
Pero aquello que se entiende
de esta manera decía:
Nada me contenta, Hijo,
fuera de tu compañía;
y si algo me contenta,
en ti mismo lo quería.
El que a ti más se parece
a mi más satisfacía,
y el que en nada te semeja
en mí nada hallaría.
En ti solo me he agradado,
¡Oh vida de vida mía!.
Eres lumbre de mi lumbre,
eres mi sabiduría,
figura de mi sustancia,
en quien bien me complacía.
Al que a ti te amare, Hijo,
a mí mismo le daría,
y el amor que yo en ti tengo
ese mismo en él pondría,
en razón de haber amado
a quien yo tanto quería.
(...)
Entonces llamó a un arcángel
que san Gabriel se decía,
y enviólo a una doncella
que se llamaba María,
de cuyo consentimiento
el misterio se hacía;
en la cual la Trinidad
de carne al Verbo vestía;
y aunque tres hacen la obra,
en el uno se hacía;
y quedó el Verbo encarnado
en el vientre de María.
Y el que tenia sólo Padre,
ya también Madre tenía,
aunque no como cualquiera
que de varón concebía,
que de las entrañas de ella
él su carne recibía;
por lo cual Hijo de Dios
y del hombre se decía."
Está montado en el altar, a los pies del ambón, y la ubicación no es casual: desde donde se proclama la Palabra, se espera al Verbo.
Si se observa bien, la figura del Niño no está aún colocada. En lugar de dejar vacía la cunita de paja, como hacen muchos al armar el pesebre en señal de espera del nacimiento de Jesús, aquí, entre José y María, está el libro de la Palabra... ¡Hermoso signo!
San Juan inicia su Evangelio afirmando que en el principio era la Palabra, y la Palabra era Dios, era vida y era luz. Y El Verbo se encarnó para ser "Dios con nosotros".
"Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Juan 1,14).
Inspirado en este pasaje, san Juan de la Cruz hundió su corazón en este misterio de amor que era "en el principio", una comunicación amorosa que fluye en la Trinidad y se derrama hacia nosotros en la Encarnación.
Su contemplación quedó plasmada en este "romance" de la Trinidad, del cual comparto aquí algunos versos:
"En aquel amor inmenso
que de los dos procedía,
palabras de gran regalo
el Padre al Hijo decía,
de tan profundo deleite,
que nadie las entendía;
sólo el Hijo lo gozaba,
que es a quien pertenecía.
Pero aquello que se entiende
de esta manera decía:
Nada me contenta, Hijo,
fuera de tu compañía;
y si algo me contenta,
en ti mismo lo quería.
El que a ti más se parece
a mi más satisfacía,
y el que en nada te semeja
en mí nada hallaría.
En ti solo me he agradado,
¡Oh vida de vida mía!.
Eres lumbre de mi lumbre,
eres mi sabiduría,
figura de mi sustancia,
en quien bien me complacía.
Al que a ti te amare, Hijo,
a mí mismo le daría,
y el amor que yo en ti tengo
ese mismo en él pondría,
en razón de haber amado
a quien yo tanto quería.
(...)
Entonces llamó a un arcángel
que san Gabriel se decía,
y enviólo a una doncella
que se llamaba María,
de cuyo consentimiento
el misterio se hacía;
en la cual la Trinidad
de carne al Verbo vestía;
y aunque tres hacen la obra,
en el uno se hacía;
y quedó el Verbo encarnado
en el vientre de María.
Y el que tenia sólo Padre,
ya también Madre tenía,
aunque no como cualquiera
que de varón concebía,
que de las entrañas de ella
él su carne recibía;
por lo cual Hijo de Dios
y del hombre se decía."
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