Este rompecabezas me lo regaló mi mamá en octubre de 2018. Lo compró en la santería de la parroquia Santa María de Betania, de Buenos Aires. La imagen a armar es una dulce escena del pesebre de Belén.
Éste es un puzle para niños bastante sencillo, de quince piezas de bordes lisos. Pero los hay muy difíciles, de miles de piezas, con encastres complejos y que requieren hasta meses para ser armados.
La vida se parece a un rompecabezas. Tendemos -y eso es bueno- a unificar todos los aspectos de nuestra existencia, pero muchas veces nos encontramos con el enigma de esas piezas que no encajan: aquellas vivencias o circunstancias que nos parecen un sinsentido o que no comprendemos.
Para los aficionados a los rompecabezas, hay muchas recomendaciones y buenos trucos para armar más rápido la imagen completa.
Uno de los consejos es separar y clasificar las piezas por su forma, el tipo de bordes, los encastres o por colores. También buscar primero objetos o elementos significativos para empezar a armar un primer núcleo por ahí.
En la vida podemos aplicar estrategias similares. Cuando todo nos parece un enredo, poner orden, separar los tantos y empezar a ver con mayor claridad aunque sea algunos aspectos ayuda y mucho. Eso se llama discernir.
Los que arman puzles a veces se ayudan con una lupa o recurren a otra persona.
También en la vida, para discernir, hay que saber pedir ayuda a otros con humildad.
Para armar rompecabezas se necesita paciencia. Y en la vida, ¡mucha paciencia!
Si una pieza no encaja, es que no va allí. Y forzarla es inútil. Lo mismo en la vida. Si algo no encaja, o nos parece que no encaja, no debemos frustrarnos... a su tiempo, las piezas se acomodarán.
Pero lo fundamental para armar un rompecabezas es tener la imagen completa delante, como guía.
Y en la vida... nuestra imagen completa es Cristo. Estamos llamados a ser su imagen. Y es Dios Padre a quien debemos confiarnos cuando alguna pieza de nuestra vida nos parece que no encaja, que no tiene sentido...cuando nos cuesta ver el todo de nuestra existencia, cuando no comprendemos el por qué de ciertas experiencias que nos toca atravesar o no entendemos el para qué de nuestras circunstancias es nuestra fe la que nos mueve al abandono confiado en un Dios que todo lo dispone para nuestro bien. En nuestra miopía, que no ve más allá de un cúmulo de cientos de piezas desparramadas, Dios Padre es la luz de nuestros ojos. Él tiene ante sí la imagen completa que quiere reproducir en nosotros: la de su Hijo muy amado.
"Sabemos que Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio.
A los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo".
(Romanos 8, 28-29)
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