Este pesebre lo compré en septiembre de 2018 en la santería de la Basílica de San José de Flores, en Buenos Aires. Es de Arte Sano y está hecho en madera balsa, con las figuras de José, María y el Niño en relieve y lleva grabada una paráfrasis de Juan 1,14.
El versículo original es éste: "Y la Palabra se hizo carne, puso su tienda entre nosotros, y hemos visto su Gloria: la Gloria que recibe del Padre el Hijo único, en Él todo era don amoroso y verdad".
"Hemos visto su gloria". Estas palabras de Juan llamaron especialmente mi atención. Las he leído y escuchado muchas veces, pero nunca me había puesto a meditar en ellas. Las he ruimiado varios días y confieso que me ha costado bastante porque estas palabras me preguntaban con insistencia: ¿cuándo vemos nosotros la gloria de Dios?
En Juan la respuesta me parecía bastante evidente: el apóstol fue testigo clave de momentos de la vida del Señor donde se manifestaba la gloria de Dios: los milagros, la Transfiguración, la Resurrección...
Pero y nosotros ¿podemos afirmar con Juan que "hemos visto" la gloria de Dios?
Le he dado muchas vueltas al asunto. Eché mano de escritos de teólogos y, claro, para dar una respuesta talla y mucho lo que se entienda por "gloria de Dios".
La gloria de Dios hace referencia a la grandeza, el esplendor, la imponente riqueza y majestad divina. Pero esta gloria unas veces se manifiesta en grandes acontecimientos en la historia de la salvación y otras veces se esconde bajo signos humildes que solo se pueden descubrir por la fe.
Así, la gloria del Señor resplandecía en la cima del Sinaí, habitaba en la tienda del encuentro y llenaba el templo. Pero la manifestación de la gloria divina llega su plenitud en Cristo. Él es "resplandor de la gloria de Dios" (Hebreos 1, 3).
Según san Juan Pablo II, "la revelación terrena de la gloria divina alcanza su ápice en la Pascua", misterio que "se perpetúa en el sacrificio eucarístico, memorial de la muerte y resurrección que Cristo confió a la Iglesia". Así, explica, "Jesús asegura la presencia de la gloria pascual a través de todas las celebraciones eucarísticas que articularán el devenir de la historia humana".
Por eso, la Eucaristía es la suprema celebración terrena de la "gloria" divina. Y sí, cuando nos encontramos con Jesús Eucaristía, cuando comulgamos con su Cuerpo y con su Sangre, cuando lo adoramos con profunda devoción, podemos decir, como san Juan: "Hemos visto su gloria". Gloria del Hijo único escondida bajo los humildes signos del pan y el vino y que, por la gracia, el don maravilloso de la fe, resplandece ante nosotros...
"Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.
Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.
En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad; sin embargo, creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.
No veo las llagas como las vió Tomás pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere y que te ame.
¡Memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree tu dulzura.
Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.
Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego, que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria.
Amén".
Santo Tomás de Aquino, "Adoro Te Devote".
"Dios mío,
Tú sabes infinitamente mejor que yo
cuán poco te amo.
No te amaría en absoluto
si no fuese porque me das la gracia.
Es tu gracia la que ha abierto los ojos de mi mente
y eso les hizo poder ver tu gloria.
Es tu gracia la que tocó mi corazón
y la hizo sensible al encanto de tu amor
tan maravillosamente bello y puro.
Oh, Dios mío,
todo lo que está más cerca de ti,
las cosas de la tierra,
a las que naturalmente me siento atraìdo,
todo, me impediría contemplarte
si no me ayudaras con tu gracia.
Por eso guarda mis ojos, mis oídos
y mi corazón de una miserable esclavitud.
Rompe mis cadenas,
levanta mi corazón hacia ti.
Que todo mi ser siempre esté dirigido a ti.
Que nunca te pierda de vista.
Y mientras te estoy contemplando,
deja que mi amor hacia ti
crezca cada día más y más".
Beato John Henry Newman,
Meditaciones y oraciones sobre la pasión de Cristo
Meditaciones y oraciones sobre la pasión de Cristo
¡Pero qué preciosa la meditación de este post! Nos has hecho a tus seguidores un bello regalo de Reyes!
ResponderEliminarFabiela... qué generosa! El regalo son tus palabras siempre amables... feliz día de Reyes!
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