Esta foto la tomé en diciembre de 2018 en el geriátrico al que desde hace unos meses tengo el regalo de visitar para llevar a Jesús Sacramentado a las ancianas que viven allí.
En este tiempo voy aprendiendo a descubrir en ellas el rostro del Señor, del Cristo sufriente, que padece el dolor físico y espiritual, la soledad, la incomprensión, pero también del Jesús tierno, afable, inocente... Es Cristo que vive en estas mujeres que, como los niños, como los bienaventurados del Reino, son predilectas de Dios.
Tengo la certeza en el corazón de que Jesús quiere visitar y darse a estas ancianas cada semana. Y sé que ellas también esperan al Señor con anhelo. Es un auténtico espíritu de Adviento que se renueva semana a semana.
Humanamente, a veces se me parte el corazón cuando me cuentan sus penas. Pero rezamos juntas, le presentamos todo al Señor, compartimos la Palabra y la Comunión y es maravilloso ver cómo es Él mismo quien las alivia, las fortalece, les renueva la esperanza y la alegría serena. Lo puedo ver en sus rostros, su sonrisa, sus ojitos de emoción agradecida y ese beso dulce que me regalan... ¡cargado de Jesús!
Cuando salgo de la parroquia y voy camino al geriátrico, me digo: "Estoy llevando al Niño Jesús".
Luego, no me sorprende que el Señor tenga esta predilección por los ancianos y su Presencia haga maravillas porque Jesús es un "experto" en estas cosas precisamente desde que era un niño.
Una de las primeras vivencias que se nos narran sobre Jesús en los evangelios es una "visita" a dos ancianos. Cuarenta días después de su nacimiento en Belén, Jesús es llevado por María y José a Jerusalén para ser presentado en el Templo. Allí se produce el encuentro del Niño con dos ancianos, Simeón y Ana, quienes lo reciben con gozo y agradecimiento, entre alabanzas a Dios Padre. Después de una larga espera, finalmente pueden decir: "Mis ojos han visto al Salvador" (Lucas 2, 30).
¡Bendito sea Dios que me regala ser testigo hoy de esta página del Evangelio!
En este tiempo voy aprendiendo a descubrir en ellas el rostro del Señor, del Cristo sufriente, que padece el dolor físico y espiritual, la soledad, la incomprensión, pero también del Jesús tierno, afable, inocente... Es Cristo que vive en estas mujeres que, como los niños, como los bienaventurados del Reino, son predilectas de Dios.
Tengo la certeza en el corazón de que Jesús quiere visitar y darse a estas ancianas cada semana. Y sé que ellas también esperan al Señor con anhelo. Es un auténtico espíritu de Adviento que se renueva semana a semana.
Humanamente, a veces se me parte el corazón cuando me cuentan sus penas. Pero rezamos juntas, le presentamos todo al Señor, compartimos la Palabra y la Comunión y es maravilloso ver cómo es Él mismo quien las alivia, las fortalece, les renueva la esperanza y la alegría serena. Lo puedo ver en sus rostros, su sonrisa, sus ojitos de emoción agradecida y ese beso dulce que me regalan... ¡cargado de Jesús!
Cuando salgo de la parroquia y voy camino al geriátrico, me digo: "Estoy llevando al Niño Jesús".
Luego, no me sorprende que el Señor tenga esta predilección por los ancianos y su Presencia haga maravillas porque Jesús es un "experto" en estas cosas precisamente desde que era un niño.
Una de las primeras vivencias que se nos narran sobre Jesús en los evangelios es una "visita" a dos ancianos. Cuarenta días después de su nacimiento en Belén, Jesús es llevado por María y José a Jerusalén para ser presentado en el Templo. Allí se produce el encuentro del Niño con dos ancianos, Simeón y Ana, quienes lo reciben con gozo y agradecimiento, entre alabanzas a Dios Padre. Después de una larga espera, finalmente pueden decir: "Mis ojos han visto al Salvador" (Lucas 2, 30).
¡Bendito sea Dios que me regala ser testigo hoy de esta página del Evangelio!
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