Este pesebre me lo regaló mi amigo Sebastián Meresman en abril de 2018. Lo trajo de Villa General Belgrano (Córdoba, Argentina). Es de cerámica, con las figuras de la Sagrada Familia en estilo andino dentro de ¿una hoja? ¿un árbol?
Hice una rápida encuesta entre la decena de compañeros de trabajo que estaba allí. Y la mitad dijo "hoja" y la otra mitad, "árbol"...
Tan solo uno respondió de entrada "pesebre". Fue el único que supo ver lo que realmente importa: una escena que habla de Dios hecho Hombre.
Y es que quizás estamos poco habituados al ejercicio de pensar y buscar la presencia de Dios, la acción de Dios, en las cosas, las personas, la creación toda, los acontecimientos...
No se trata de una cuestión de ignorancia o erudición. Los supuestos "sabios y entendidos" en las cosas de Dios que vieron, escucharon y hablaron varias veces con Jesús no lo supieron reconocer como el Hijo enviado por el Padre.
Sabios que se creen "excelsos y luminosos como los astros", cuando en realidad "se han venido a tierra y se ha oscurecido su corazón", como dice san Agustín de Hipona.
En sus "Confesiones", Agustín habla de los filósofos capaces de conocer y medir los caminos de los astros por las regiones siderales y de predecir con antelación los eclipses, pero incapaces de buscar de dónde les viene su ingenio y de conocer el camino, que es el Verbo -el Hijo de Dios-, por quien fueron hechos "lo que ellos cuentan y a los que lo cuentan y el sentido con que perciben lo que cuentan y la inteligencia con que sacan la cuenta".
Escudriñan la naturaleza de las cosas, pero no son capaces de descubrir a su Creador.
"Es cierto que muchas cosas verdaderas dicen de la creación, pero no buscan con espíritu de piedad al artífice del universo y por eso no lo encuentran", se lamenta san Agustín.
Y a propósito de hojas y árboles y ramas y demás, insiste el "doctor de la gracia" en que no importa tanto el conocer como el hacia qué nos conduce ese conocimiento.
Dirigiéndose a Dios, afirma: "El que posee un árbol y te da las gracias por sus frutos sin saber cuán alto es y cuánto se extienden sus ramas está en mejor condición que otro hombre que mide la altura del árbol y cuenta sus ramas, pero ni lo posee ni conoce ni ama a su creador".
"¿Acaso, Señor, el que sabe estas cosas te agrada con sólo saberlas? Infeliz del hombre que sabiendo todo esto no te sabe a ti y dichoso del que a ti te conoce aunque tales cosas ignore. Pero el que las sepa y a ti te conozca no es más feliz por saberlas, sino solamente por ti, si conociéndote te honra como a Dios y te da gracias y no se envanece con sus propios pensamientos", sostiene.
¿Hoja, árbol...? No lo sé... Me basta con saber que es pesebre y que me habla de mi Señor!
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