Este pesebre me lo regaló en noviembre de 2015 Eduardo Molinari, un hermano de la parroquia, y es originario la provincia de Jujuy, en el noroeste de Argentina.
Es una pequeña vasija de barro que tiene dentro las figuras de José, María y Jesús, de estilo andino.
Al fondo se recortan sobre el cielo azul unos altos picos nevados: los majestuosos Andes, que también atraviesan Jujuy.
Montes, cumbres, cimas... en lo más alto está Dios.
"Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?", se pregunta el peregrino, buscando una respuesta en las alturas (Salmo 121).
Pero, "¿quién puede subir al monte del Señor?", se pregunta el rey David (Samo 24).
Dios parece estar demasiado alto para nuestra pequeñez... El camino de subida desafía nuestras fuerzas limitadas, nuestras capacidades insuficientes... y llenos de agobio clamamos con el mismo David: "¡Señor, inclina tus cielos y desciende!" (Salmo 144).
Pero te pido ahora que vuelvas a observar con atención este pesebre. El Señor no es un punto lejano allá en la cima de las montañas. Él está en el valle, en el llano. Ha venido a nacer en tu propia llanura, la de tu humanidad.
El Altísimo se hizo Hombre, se hizo Dios-con-nosotros, viene a nuestro encuentro, baja y se abaja.
Me parece fascinante el matiz que introduce el Evangelio de Lucas al desarrollar el pasaje de las bienaventuranzas, que en el Evangelio de Mateo forman parte del "sermón de la montaña" (Mateo 5, 1-12): según el relato de Lucas, Jesús sube a una montaña a orar y elige y llama allí a sus apóstoles, pero luego baja con ellos y se detiene "en un llano" (Lucas 6,17). Allí se encuentra con una multitud. Gente con enfermedades, atormentada, necesitada de su palabra y de su salvación. Probablemente gente incapaz de subir adonde Él estaba minutos antes. Pero el Señor desciende, sale a su encuentro y, cara a cara, desde el llano, los llama "felices".
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