Quién sabe, tal vez, si hubieran existido las cámaras de fotos, María hubiese tenido en su casa un portarretratos con la imagen de Jesús recién nacido...
Este pesebre es un poco eso. Lo compré en Selçuk, otrora Efeso, Turquía, en mayo de 2013, en una tienda a la salida de la casa de la Virgen.
Está hecho en porcelana, de una sola pieza, con las figuras de la Sagrada Familia, en colores suaves.
El conjunto inspira mucha delicdeza. Las miradas son tiernas. José extiende su mano derecha hacia la cabeza de Jesús y con la izquierda abraza a María, que tiene al niño, envuelto, en sus brazos.
Este pesebre me quedará como recuerdo de un sitio realmente especial.
La casa de la Virgen, o en turco Meryen Ana Evi (www.meryemana.info), está ubicada en un sitio que emana profunda paz. Está arriba, en la montaña, a pocos kilómetros de las ruinas de la antigua Efeso, donde alguna vez predicó el gran Pablo.
El entorno natural es boscoso, lo que de algún modo da esa sensación de la apacibilidad que se esconde en lo secreto...
Lo que en sí rodea a la casa es un jardín precioso, muy cuidado, con muchas flores. A diferencia de muchos sitios religiosos donde los turistas se acercan con poca reverencia, aquí la atmósfera casi que obliga al silencio y al recogimiento, incluso a aquellos visitantes que no son creyentes.
Custodiado por los capuchinos, este sitio ha sido declarado por la Iglesia católica lugar de peregrinación y fue visitado por los Papas Pablo VI (1967), Juan Pablo II (1979) y Benedicto XVI (2006).
Según la trafición cristiana, Juan el Evangelista se llevó a Matís a Efeso para protegerla de la persecudión en Jerusalën.
El hilo que conduce hasta esta casa, tan pequeña y escondida, es digno de llamarse "cosa de Dios".
En la Alemania de inicios del siglo XIX una religiosa agustina, la beata Ana Catalina Emmerick (1774-1824), tuvo entre sus muchas visiones una de María en su casa cerca de Efeso, lugar de su "dormición" y asunción. El relato es minucioso, no solo de las escenas, sino del entorno: casa de piedra, lugar montañoso, escondido entre los bosques, desde donde se puede ver la antigua Efeso y el mar Egeo...
Su descripción del lugar, publicada junto al resto de sus visiones, llegó en 1890 a manos de dos sacerdotes de Esmirna, ciudad turca cercana a las ruinas de Efeso, que decidieron investigar las pistas dejadas por la visionaria, más con espíritu de refutar el relato que con la esperanza autentica de encontrar la casa de María.
El 29 de julio de 1891 los sacerdotes, recorriendo una montaña cercana a las ruinas de Efeso, sintieron mucha sed. Se toparon con un grupo de mujeres agricultoras. Ellas no tenían más agua, pero les dijeron que la encontrarían si subían un poco más, hasta el "monasterio", en el bosque...
Grande fue la sorpresa al llegar. No solo hallaron una fuente natural de agua. Encontraron los restos de lo que había sido una casa, con una capilla, ocultos entre los arboles. Arriba unas rocas y, desee la cima, la vista de Efeso, del mar... Tal como lo había descrito Emmerick.
Yo desconocía esta historia hasta saber que viajaría a Turquía. Sin embargo, no era para mí desconocida la propia Ana Catalina. A ella había llegado tan solo unos meses antes, en mi curiosidad por los relatos de visiones del nacimiento de Jesús... Así que conocer este lugar y hallar este pesebre fue para mí como cerrar uno de estos círculos misteriosos que tanto dibuja Dios.
La visión de Ana Catalina del nacimiento de Cristo es impactante. Está llena de detalles. Su relato es como una invitación a la contemplación de la escena y bien vale una lectura profunda.
Comparto aquí algunos párrafos, con el anhelo de que también queden absortos ante el misterio:
"Vi a Nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrita ante las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba creciendo ante mis ojos; pero todo esto era la irradiación de una luz tan potente y deslumbradora que no puedo explicar cómo pude mirarla. La Virgen permaneció algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo y sin tomarlo aún en sus brazos. Poco tiempo después vi al Niño que se movía y le oí llorar. En ese momento fue cuando María pareció volver en sí misma y, tomando al Niño, lo envolvió en el paño con que lo había cubierto y lo tuvo en sus brazos, estrechándole contra su pecho. Se sentó, ocultándose toda ella con el Niño bajo su amplio velo, y creo que le dio el pecho. Vi entonces que los ángeles, en forma humana, se hincaban delante del Niño recién nacido para adorarlo."
"Cuando había transcurrido una hora desde el nacimiento del Niño Jesús, María llamó a José, que estaba aún orando con el rostro pegado a la tierra. Se acercó, lleno de júbilo, de humildad y de fervor. Sólo cuando María le pidió que apretase contra su corazón el Don Sagrado del Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos, y derramando lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del Cielo."
"María fajó al Niño: tenía sólo cuatro pañales. Más tarde vi a María y a José sentados en el suelo, uno junto al otro: no hablaban, parecían absortos en muda contemplación. Ante María, fajado como un niño común, estaba recostado Jesús recién nacido, bello y brillante como un relámpago."
Este pesebre es un poco eso. Lo compré en Selçuk, otrora Efeso, Turquía, en mayo de 2013, en una tienda a la salida de la casa de la Virgen.
Está hecho en porcelana, de una sola pieza, con las figuras de la Sagrada Familia, en colores suaves.
El conjunto inspira mucha delicdeza. Las miradas son tiernas. José extiende su mano derecha hacia la cabeza de Jesús y con la izquierda abraza a María, que tiene al niño, envuelto, en sus brazos.
Este pesebre me quedará como recuerdo de un sitio realmente especial.
La casa de la Virgen, o en turco Meryen Ana Evi (www.meryemana.info), está ubicada en un sitio que emana profunda paz. Está arriba, en la montaña, a pocos kilómetros de las ruinas de la antigua Efeso, donde alguna vez predicó el gran Pablo.
El entorno natural es boscoso, lo que de algún modo da esa sensación de la apacibilidad que se esconde en lo secreto...
Lo que en sí rodea a la casa es un jardín precioso, muy cuidado, con muchas flores. A diferencia de muchos sitios religiosos donde los turistas se acercan con poca reverencia, aquí la atmósfera casi que obliga al silencio y al recogimiento, incluso a aquellos visitantes que no son creyentes.
Custodiado por los capuchinos, este sitio ha sido declarado por la Iglesia católica lugar de peregrinación y fue visitado por los Papas Pablo VI (1967), Juan Pablo II (1979) y Benedicto XVI (2006).
Según la trafición cristiana, Juan el Evangelista se llevó a Matís a Efeso para protegerla de la persecudión en Jerusalën.
El hilo que conduce hasta esta casa, tan pequeña y escondida, es digno de llamarse "cosa de Dios".
En la Alemania de inicios del siglo XIX una religiosa agustina, la beata Ana Catalina Emmerick (1774-1824), tuvo entre sus muchas visiones una de María en su casa cerca de Efeso, lugar de su "dormición" y asunción. El relato es minucioso, no solo de las escenas, sino del entorno: casa de piedra, lugar montañoso, escondido entre los bosques, desde donde se puede ver la antigua Efeso y el mar Egeo...
Su descripción del lugar, publicada junto al resto de sus visiones, llegó en 1890 a manos de dos sacerdotes de Esmirna, ciudad turca cercana a las ruinas de Efeso, que decidieron investigar las pistas dejadas por la visionaria, más con espíritu de refutar el relato que con la esperanza autentica de encontrar la casa de María.
El 29 de julio de 1891 los sacerdotes, recorriendo una montaña cercana a las ruinas de Efeso, sintieron mucha sed. Se toparon con un grupo de mujeres agricultoras. Ellas no tenían más agua, pero les dijeron que la encontrarían si subían un poco más, hasta el "monasterio", en el bosque...
Grande fue la sorpresa al llegar. No solo hallaron una fuente natural de agua. Encontraron los restos de lo que había sido una casa, con una capilla, ocultos entre los arboles. Arriba unas rocas y, desee la cima, la vista de Efeso, del mar... Tal como lo había descrito Emmerick.
Yo desconocía esta historia hasta saber que viajaría a Turquía. Sin embargo, no era para mí desconocida la propia Ana Catalina. A ella había llegado tan solo unos meses antes, en mi curiosidad por los relatos de visiones del nacimiento de Jesús... Así que conocer este lugar y hallar este pesebre fue para mí como cerrar uno de estos círculos misteriosos que tanto dibuja Dios.
La visión de Ana Catalina del nacimiento de Cristo es impactante. Está llena de detalles. Su relato es como una invitación a la contemplación de la escena y bien vale una lectura profunda.
Comparto aquí algunos párrafos, con el anhelo de que también queden absortos ante el misterio:
"Vi a Nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrita ante las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba creciendo ante mis ojos; pero todo esto era la irradiación de una luz tan potente y deslumbradora que no puedo explicar cómo pude mirarla. La Virgen permaneció algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo y sin tomarlo aún en sus brazos. Poco tiempo después vi al Niño que se movía y le oí llorar. En ese momento fue cuando María pareció volver en sí misma y, tomando al Niño, lo envolvió en el paño con que lo había cubierto y lo tuvo en sus brazos, estrechándole contra su pecho. Se sentó, ocultándose toda ella con el Niño bajo su amplio velo, y creo que le dio el pecho. Vi entonces que los ángeles, en forma humana, se hincaban delante del Niño recién nacido para adorarlo."
"Cuando había transcurrido una hora desde el nacimiento del Niño Jesús, María llamó a José, que estaba aún orando con el rostro pegado a la tierra. Se acercó, lleno de júbilo, de humildad y de fervor. Sólo cuando María le pidió que apretase contra su corazón el Don Sagrado del Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos, y derramando lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del Cielo."
"María fajó al Niño: tenía sólo cuatro pañales. Más tarde vi a María y a José sentados en el suelo, uno junto al otro: no hablaban, parecían absortos en muda contemplación. Ante María, fajado como un niño común, estaba recostado Jesús recién nacido, bello y brillante como un relámpago."
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