Este niñito lo compré en Estambul, Turquía, en mayo de 2013, en la tienda AK Kristal, sobre la peatonal Istiklal.
De poliéster blanco, el Niño está acostado en una cuna que parece de mimbre con rueditas.
Justo al lado de la tienda donde lo compré está la iglesia de San Antonio de Padua, un hermoso templo de estilo italiano, el principal para la comunidad católica de Estambul, y donde, como curiosidad, predicó por casi diez años Juan XXIII antes de ser elegido Papa, cuando se desempeñaba en Turquía como nuncio apostólico.
Entré a la iglesia y uno no siente nada diferente... Algunas personas rezando en silencio, imágenes de santos y de María, una foto del Papa Francisco -¡orgullo argentino!-... Nada fuera de lo "común", digamos. Nada que te haga pensar que, en realidad, en Turquía, de mayoría musulmana, los cristianos, y aún más los católicos, son una clarísima minoría...
Las cifras difieren según las fuentes. Entre 65.000 y 150.000 cristianos. Católicos, unos 20.000, 40.000 según otros. Como sea, minoría absoluta en un país de 74 millones de habitantes.
Turquía se dice un país respetuoso de la libertad religiosa, pero los testimonios de los cristianos que aseguran ser discriminados por su fe o afrontar obstáculos para profesarla no son pocos.
Estos cristianos son depositarios de un legado muy valioso. Lo que hoy conocemos como Turquía fue hogar de los primeros pueblos paganos que abrieron su corazón a la Buena Noticia y se convirtieron. Fue tierra privilegiada de misión para grandes apóstoles de la fe, como Pablo y Juan. Vio nacer y crecer a muchas de las más fecundas comunidades cristianas de los primeros tiempos de la Iglesia. Fue escenarios de concilios. Patria de grandes y numerosos santos. Tierra fértil para la vida monacal primitiva. Y también fue escenario de penosos martirios...
Ver los testimonios de este pasado y la vivencia de la fe en el presente en sitios como Turquía es realmente movilizador e interpelante para los cristianos que no vivimos a diario esta experiencia de ser una "minoría". Es una invitación a rezar por estos hermanos, a dar gracias por la libertad -que no siempre valoramos- para vivir y expresar nuestra propia fe y a defender el valor de la tolerancia y el respeto por las "minorías", empezando por las que están cerca nuestro...
De poliéster blanco, el Niño está acostado en una cuna que parece de mimbre con rueditas.
Justo al lado de la tienda donde lo compré está la iglesia de San Antonio de Padua, un hermoso templo de estilo italiano, el principal para la comunidad católica de Estambul, y donde, como curiosidad, predicó por casi diez años Juan XXIII antes de ser elegido Papa, cuando se desempeñaba en Turquía como nuncio apostólico.
Entré a la iglesia y uno no siente nada diferente... Algunas personas rezando en silencio, imágenes de santos y de María, una foto del Papa Francisco -¡orgullo argentino!-... Nada fuera de lo "común", digamos. Nada que te haga pensar que, en realidad, en Turquía, de mayoría musulmana, los cristianos, y aún más los católicos, son una clarísima minoría...
Las cifras difieren según las fuentes. Entre 65.000 y 150.000 cristianos. Católicos, unos 20.000, 40.000 según otros. Como sea, minoría absoluta en un país de 74 millones de habitantes.
Turquía se dice un país respetuoso de la libertad religiosa, pero los testimonios de los cristianos que aseguran ser discriminados por su fe o afrontar obstáculos para profesarla no son pocos.
Estos cristianos son depositarios de un legado muy valioso. Lo que hoy conocemos como Turquía fue hogar de los primeros pueblos paganos que abrieron su corazón a la Buena Noticia y se convirtieron. Fue tierra privilegiada de misión para grandes apóstoles de la fe, como Pablo y Juan. Vio nacer y crecer a muchas de las más fecundas comunidades cristianas de los primeros tiempos de la Iglesia. Fue escenarios de concilios. Patria de grandes y numerosos santos. Tierra fértil para la vida monacal primitiva. Y también fue escenario de penosos martirios...
Ver los testimonios de este pasado y la vivencia de la fe en el presente en sitios como Turquía es realmente movilizador e interpelante para los cristianos que no vivimos a diario esta experiencia de ser una "minoría". Es una invitación a rezar por estos hermanos, a dar gracias por la libertad -que no siempre valoramos- para vivir y expresar nuestra propia fe y a defender el valor de la tolerancia y el respeto por las "minorías", empezando por las que están cerca nuestro...
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