Este pesebre lo compré en abril de 2013 en la Feria de Mataderos, de Buenos Aires, en el puesto de César Cayavillca.
Es una única pieza, de cerámica, de estilo andino, con las figuras de José, María y Jesús, más dos ovejita, dentro de una canoa de totoras.
A este tipo de embarcación se le conoce como caballito de totora y es típica del lago Titicaca, en la frontera entre Bolivia y Perú. Ya era utilizado en tiempos remotos por los pueblos originarios asentados a orillas de este espejo de agua, el lago navegable más alto del mundo, cuyas aguas aún son surcadas por estas peculiares barcas.
Ver a Jesús en una de ellas no me resulta extraño.
Aunque ciertamente diferentes en su diseño a los caballitos de totora, Jesus utilizaba barcas como medio de transporte cada vez que atravesaba el mar de Galilea, también llamado lago de Tiberíades o lago de Genesaret.
Estuvo a sus orillas, llamando a sus discípulos, sentándose solo, retirándose allí junto a los apóstoles, enseñando y dando de comer a una multitud, sanando de todo mal, compartiendo su Palabra desde una barca cerca del borde...
Atravesó el lago en uno y otro sentido como parte su misión.
Caminó de noche sobre las aguas tempestuosas.
Ese mar agitado, oscuro, se convirtió en espacio de revelación: "Soy yo, no teman", dijo Jesús a sus discípulos aterrorizados por la tempestad.
Aquella fue ocasión para mostrar su poder: calmó el viento, apaciguó las olas.
Y fue espacio de adoración: "Verdaderamente eres Hijo de Dios", le dijeron los apóstoles.
Incluso Jesús hasta se durmió navegando mar adentro... descansando en aguas que para otros eran motivo de temor.
Jesús es navegante de lagos y mares... interiores.
Es navegante de nuestras propias aguas interiores, muchas veces turbulentas. Él las apacigua, las atraviesa, de día y en la noche oscura, camina sobre ellas, descansa en ellas...
Recorre sus orillas, le gusta retirarse en ellas, pesca en ellas, habla en y desde ellas, llama desde ellas, se nos revela en ellas...
Es una única pieza, de cerámica, de estilo andino, con las figuras de José, María y Jesús, más dos ovejita, dentro de una canoa de totoras.
A este tipo de embarcación se le conoce como caballito de totora y es típica del lago Titicaca, en la frontera entre Bolivia y Perú. Ya era utilizado en tiempos remotos por los pueblos originarios asentados a orillas de este espejo de agua, el lago navegable más alto del mundo, cuyas aguas aún son surcadas por estas peculiares barcas.
Ver a Jesús en una de ellas no me resulta extraño.
Aunque ciertamente diferentes en su diseño a los caballitos de totora, Jesus utilizaba barcas como medio de transporte cada vez que atravesaba el mar de Galilea, también llamado lago de Tiberíades o lago de Genesaret.
Estuvo a sus orillas, llamando a sus discípulos, sentándose solo, retirándose allí junto a los apóstoles, enseñando y dando de comer a una multitud, sanando de todo mal, compartiendo su Palabra desde una barca cerca del borde...
Atravesó el lago en uno y otro sentido como parte su misión.
Caminó de noche sobre las aguas tempestuosas.
Ese mar agitado, oscuro, se convirtió en espacio de revelación: "Soy yo, no teman", dijo Jesús a sus discípulos aterrorizados por la tempestad.
Aquella fue ocasión para mostrar su poder: calmó el viento, apaciguó las olas.
Y fue espacio de adoración: "Verdaderamente eres Hijo de Dios", le dijeron los apóstoles.
Incluso Jesús hasta se durmió navegando mar adentro... descansando en aguas que para otros eran motivo de temor.
Jesús es navegante de lagos y mares... interiores.
Es navegante de nuestras propias aguas interiores, muchas veces turbulentas. Él las apacigua, las atraviesa, de día y en la noche oscura, camina sobre ellas, descansa en ellas...
Recorre sus orillas, le gusta retirarse en ellas, pesca en ellas, habla en y desde ellas, llama desde ellas, se nos revela en ellas...
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