Éste es un pesebre de una sola pieza, con las figuras de la Sagrada Familia, en cerámica de color blanco, con una pátina ocre grisácea.
Las figuras son de estilo tradicional. Como particularidad, el Niño mira hacia la Virgen, que está en una profunda actitud contemplativa.
Este pesebre lo compré en mayo de 2013 en una tienda de artículos regionales a la salida de las ruinas del Asklepión, en Pérgamo, Turquía.
Pérgamo fue una importante ciudad del mundo antiguo, lidia, persa, helenística y romana.
El Asklepión era un importante centro religioso y de salud. Allí se daba culto al dios de la medicina, Asclepio, para los griegos, o Esculapio, para los romanos. La gente acudía además allí en busca de salud física y mental. Había sitios para cirugías, baños terapéuticos, arte para despejar la mente...
A lo lejos, en la cumbre de un monte, el gran altar de Zeus.
Estas tierras también cobijaron a una de las primeras comunidades cristianas. Pérgamo es, de hecho, una de las siete iglesias mencionadas en el libro del Apocalipsis.
La vida para estos cristianos no debe haber sido fácil. Fe en un Dios único, hecho hombre crucificado y resucitado, dado a sus fieles en la misteriosa sencillez del pan y el vino... En contraste con el culto opulento a un panteón de innumerables falsos dioses...
Eran cristianos puestos a prueba a diario con la tentación del paganismo, del mundo dominante que les rodeaba.
Dice el Apocalipsis que estos cristianos no renegaron de su fe, aferrados "firmemente" al Nombre de Dios.
En la Antigüedad, invocar el nombre de alguien era reconocerse bajo su protección. Mientras los paganos juramentaban "en el nombre de Zeus", los cristianos se hacían bautizar en el nombre del Padre.
Y a éstos, fieles en la fe, Dios les hace una promesa: "Al vencedor le daré un maná misterioso. Le daré también una piedra blanca con un nombre nuevo grabado en ella que sólo conoce el que lo recibe" (Ap. 2, 17).
En el mundo antiguo, poner o cambiar el nombre a alguien era señal de dominio absoluto sobre esa persona.
En la Biblia, es Dios quien determina antes del nacimiento o cambia luego el nombre de las personas para elevarles en su dignidad y darle renovada identidad -son ya de Dios- y conferirles una misión.
Jesús es el Buen Pastor que conoce el nombre de cada una de sus ovejas.
Dios siempre llama por un nombre propio y en ese llamado, único y particular, en ese "nombre nuevo", están contenidas una identidad y una misión... una "piedra blanca" que solo es para quien Dios se la da.
Las figuras son de estilo tradicional. Como particularidad, el Niño mira hacia la Virgen, que está en una profunda actitud contemplativa.
Este pesebre lo compré en mayo de 2013 en una tienda de artículos regionales a la salida de las ruinas del Asklepión, en Pérgamo, Turquía.
Pérgamo fue una importante ciudad del mundo antiguo, lidia, persa, helenística y romana.
El Asklepión era un importante centro religioso y de salud. Allí se daba culto al dios de la medicina, Asclepio, para los griegos, o Esculapio, para los romanos. La gente acudía además allí en busca de salud física y mental. Había sitios para cirugías, baños terapéuticos, arte para despejar la mente...
A lo lejos, en la cumbre de un monte, el gran altar de Zeus.
Estas tierras también cobijaron a una de las primeras comunidades cristianas. Pérgamo es, de hecho, una de las siete iglesias mencionadas en el libro del Apocalipsis.
La vida para estos cristianos no debe haber sido fácil. Fe en un Dios único, hecho hombre crucificado y resucitado, dado a sus fieles en la misteriosa sencillez del pan y el vino... En contraste con el culto opulento a un panteón de innumerables falsos dioses...
Eran cristianos puestos a prueba a diario con la tentación del paganismo, del mundo dominante que les rodeaba.
Dice el Apocalipsis que estos cristianos no renegaron de su fe, aferrados "firmemente" al Nombre de Dios.
En la Antigüedad, invocar el nombre de alguien era reconocerse bajo su protección. Mientras los paganos juramentaban "en el nombre de Zeus", los cristianos se hacían bautizar en el nombre del Padre.
Y a éstos, fieles en la fe, Dios les hace una promesa: "Al vencedor le daré un maná misterioso. Le daré también una piedra blanca con un nombre nuevo grabado en ella que sólo conoce el que lo recibe" (Ap. 2, 17).
En el mundo antiguo, poner o cambiar el nombre a alguien era señal de dominio absoluto sobre esa persona.
En la Biblia, es Dios quien determina antes del nacimiento o cambia luego el nombre de las personas para elevarles en su dignidad y darle renovada identidad -son ya de Dios- y conferirles una misión.
Jesús es el Buen Pastor que conoce el nombre de cada una de sus ovejas.
Dios siempre llama por un nombre propio y en ese llamado, único y particular, en ese "nombre nuevo", están contenidas una identidad y una misión... una "piedra blanca" que solo es para quien Dios se la da.
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