Este calendario con la imagen del pesebre me lo regaló mi mamá
para la Navidad de 2019.
Cuando lo vi, pensé "voy a escribir sobre esta idea: el tiempo es de Dios, es un don dado por Él...". Se me ocurrió entonces que podría ser buena idea rezar con el calendario en mano, ofreciéndole a Dios cada hoja, la que arrancamos con los dìís pasados, la que vemos, con los días presentes, y las hojas ocultas aún, las de los días por venir...
Siempre me ha gustado una oración de santa Faustina Kowalska que figura en las primeras páginas de su Diario. En ella, Faustina admite que no puede cambiar el pasado y que le aterroriza pensar en el futuro... que solo tiene el presente para amar y confiarse a Dios:
"Cuando miro hacia el futuro, me atemorizo. Pero ¿por qué sumergirse en el futuro? Para mi solamente el momento actual es de gran valor ya que quizá el futuro nunca llegue a mi alma.
El tiempo que ha pasado no está en mi poder.Cambiar, corregir o agregar, no pudo hacerlo ningún sabio ni profeta. Así que debo confiar a Dios lo que pertenece al pasado.
Oh momento actual, tú me perteneces por completo. Deseo aprovecharte cuando pueda, y aunque soy débil y pequeña, me concedes la gracia de tu omnipotencia.
Por eso, confiando en tu misericordia, camino por la vida como un niño pequeño y cada día te ofrezco mi corazón Inflamado del amor por tu mayor gloria".
Reconozco que, aunque estoy en todo de acuerdo con esta actitud, no siempre es fácil de vivir.
Me toca retomar mis intuiciones iniciales para plasmarlas en este texto justo en medio de un período de confinamiento que venía muy oculto en las hojas del calendario 2020 que recibí como regalo de Navidad.
Debo admitir que el encierro muchas veces hace aflorar el recuerdo del pasado, suscita la ansiedad por el futuro y vuelve tedioso el presente. Confieso que llevo la cuenta de los días que acumulo de "cuarentena", conteo inútil al fin y al cabo... tan inútil como los presos que tachan en la pared los días pasados en la cárcel creyendo saber los que les quedan hasta recuperar la libertad.
Lo que así se inutiliza es el presente, el hoy que Dios nos regala como oportunidad. ¿Qué voy a hacer con la hoja del calendario de mi vida que tengo ahora mismo ante mis ojos?
"Viviré el momento presente". Esa fue la determinación que un día tomó el venerable cardenal vietnamita François Xavier Nguyên Van Thuân (1928-2002).
Perseguido por el régimen comunista a causa de su fe, monseñor Van Thuân permaneció cautivo en cárceles vietnamitas por trece años, nueve de ellos en condición de aislamiento total.
En el 2000, al predicar unos ejercicios espirituales para el Papa Juan Pablo II y la curia romana, Van Thuân contó cómo llegó a su determinación de vivir el momento presente como camino de santificación:
"Después de que me arrestaran en agosto de 1975, dos policías me llevaron en la noche de Saigón hasta Nhatrang, un viaje de 450 kilómetros. Comenzó entonces mi vida de encarcelado, sin horarios. Sin noches ni días. En nuestra tierra hay un refrán que dice: 'Un día de prisión vale por mil otoños de libertad'. Yo mismo pude experimentarlo. En la cárcel todos esperan la liberación, cada día, cada minuto. Me venían a la mente sentimientos confusos: tristeza, miedo, tensión. Mi corazón se sentía lacerado por la lejanía de mi pueblo. En la oscuridad de la noche, en medio de ese océano de ansiedad, de pesadilla, poco a poco me fui despertando: 'Tengo que afrontar la realidad. Estoy en la cárcel. ¿No es acaso este el mejor momento para hacer algo realmente grande? ¿Cuántas veces en mi vida volveré a vivir una ocasión como ésta? Lo único seguro en la vida es la muerte. Por tanto, tengo que aprovechar las ocasiones que se me presentan cada día para cumplir acciones ordinarias de manera extraordinaria'".
Según su relato, fue en esas largas noches de prisión en las que se convenció de que vivir el momento presente es "el camino más sencillo y seguro para alcanzar la santidad".
De esa convicción, le surgió esta oración -y qué bella para rezarla con calendario en mano!-: "Jesús, yo no esperaré, quiero vivir el momento presente llenándolo de amor. La línea recta está hecha de millones de pequeños puntos unidos unos a otros. También mi vida está hecha de millones de segundos y de minutos unidos entre sí. Si vivo cada segundo la línea será recta. Si vivo con perfección cada minuto la vida será santa. El camino de la esperanza está empedrado con pequeños momentos de esperanza. La vida de la esperanza está hecha de breves minutos de esperanza. Como tú, Jesús, quien has hecho siempre lo que le agrada a tu Padre. En cada minuto quiero decirte: Jesús, te amo, mi verdad es siempre una nueva y eterna alianza contigo.Cada minuto quiero cantar con toda la Iglesia: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo...".
Lo bello de esta historia de Van Thuân es que, literalmente, el entonces joven obispo vietnamita convirtió cada hoja del calendario de su vida en un mensaje de amor a Dios y a sus hermanos.
"En los meses sucesivos, cuando me tenían encerrado en el pueblo de Cay Vong, bajo el control continuo de la policía, día y noche, había un pensamiento que me obsesionaba: '¡El pueblo al que tanto quiero, mi pueblo, se ha quedado como un rebaño sin pastor! ¿Cómo puedo entrar en contacto con mi pueblo, precisamente en este momento en el que tienen tanta necesidad de un pastor?'. (...) La separación era un shock que destruía mi corazón. 'Yo no voy a esperar -me dije-. Viviré el momento presente, llenándolo de amor. Pero, ¿cómo?'", relató Van Thuân.
Entonces se iluminó: pensó en san Pablo, quien , desee la cárcel, escribía cartas a las comunidades cristianas.
"Al día siguiente, en octubre de 1975, con un gesto pude y llamar a un niño de cinco años, que se llamaba Quang, era cristiano. 'Dile a tu madre que me compre calendarios viejos'. Ese mismo día, por la noche, en la oscuridad, Quang me trajo los calendarios y todas las noches de octubre y de noviembre de 1975 escribí a mi pueblo mi mensaje desde el cautiverio. Todas las mañanas, el niño venía para recoger las hojas y se las llevaba a su casa. Sus hermanos y hermanas copiaban los mensajes".
Esas palabras escritas en hojas de calendario pasaron de mano en mano entre los vietnamitas y fueron llevadas fuera del país por quienes lograban escapar del régimen comunista.
Luego de que Van Thuân recuperara la libertad en 1988, recibió una carta de la Madre Teresa de Calcuta que decía: "Lo que cuenta no es la cantidad de nuestras acciones, sino la intensidad del amor que ponemos en cada una".
Según Van Thuân, estas palabras reforzaron en él la idea de que tenemos que vivir cada día, cada minuto de nuestra vida como si fuera el último, dejar de lado todo lo que es accesorio y oncentrarnos sólo en lo esencial: "Cada palabra, cada gesto, cada llamada por teléfono, cada decisión, tienen que ser el momento más bello de nuestra vida. Hay que amar a todos, hay que sonreír a todos sin perder un solo segundo".
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