Este pesebre me lo regalaron mis padres en noviembre de 2019.
José y María, con el Niño en brazos, elevan su mirada al cielo.
Dirigir los ojos a lo alto es un gesto exterior que hace visible una actitud del corazón orante: la de quien busca entrar en relación con Dios.
Hay que elevar la mirada, despegar los ojos del propio ombligo y de las realidades que van apenas un poco más allá de nuestras narices. Reconocer la Presencia de Dios, que todo lo trasciende y todo lo puede. Mirar a lo alto y encontrarnos con los ojos del Padre, que ya estaban buscando los nuestros.
Así actúan los niños pequeños cuando miran a sus padres... a veces llorando, otras sonriéndoles, o balbuceando un "pa" o un "ma", o extendiéndoles los bracitos para que los carguen... pero siempre con la certeza de ser mirados con amor, con atención.
En los evangelios algunas veces se precisa que Jesús, quien nos enseña a orar al Padre nuestro que está en el cielo, hace este gesto de elevar la mirada... al multiplicar los panes y los peces, al curar, en su oración sacerdotal...
¿Qué ve Jesús cuando alza sus ojos al cielo? Sería lindo hacer este gesto con Él, mirar juntos al Padre y contemplarlo cómo Él lo hace...
Decía santa Teresa del Niño Jesús que para ella la oración no era más que esto: "un impulso del corazón, una simple mirada lanzada hacia el cielo...".
En una ocasión, en septiembre de 1897, cuatro días antes de morir, cuando ya estaba muy enferma y no podía dormir por los dolores, su hermana Celina la encontró con las manos juntas y los ojos alzados al cielo.
-¿Qué estás haciendo así? Deberías tratar de dormir.
-No puedo, sufro demasiado, así que rezo...
-¿Y qué le dices a Jesús?
-No le digo nada, ¡lo amo!
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