Esta imagen de la Sagrada Familia me la regaló en enero de 2019 mi amiga Annie Calzia.
El material con que está hecha imita al alabastro, un tipo de piedra de yeso que, por su blandura, puede ser tallado con formas muy elaboradas.
En la antigüedad el alabastro era muy utilizado para elaborar frascos de perfume, como el que se menciona en los pasajes referidos a la unción de Jesús narrados en los cuatro evangelios.
El frasco de alabastro con perfume era algo materialmente muy caro. Para abrirlo -no tenía tapa ni tapón- había que romperlo. Una vez quebrado, no había vuelta atrás. El contenido se derramaba. El perfume se esparcía. Todo y para siempre.
Es una imagen preciosa de la entrega total del propio ser. El frasco de alabastro es el ser humano, lo más valioso de toda la creación. El perfume es su vida misma.
En el relato de la unción de Jesús durante una comida en la casa de Simón el leproso en Betania, narrado por Mateo y Marcos, una mujer se acerca con un frasco de alabastro que contiene un perfume valioso, de nardo puro, lo rompe y lo derrama sobre la cabeza del Señor.
Es un gesto de entrega total. Esta mujer quiebra su alabastro y derrama su vida en un don al Señor de lo más valioso que tiene, que es su propio ser.
Nadie, excepto Jesús, la comprende en esta entrega. Para el resto de los comensales lo que ha hecho es un "derroche". Hubiera sido más útil vender el perfume y dar el dinero a los pobres...
El frasco roto y el perfume derramado es la imagen del "desperdicio" y de la "inutilidad" que para muchos supone la entrega de una vida a Dios...
Los que así se indignaron ante el gesto de aquella mujer no entendieron nada. No comprendieron el sentido profundo de un acto semejante y, sobre todo, no entendieron la entrega que Jesús mismo estaba por consumar.
El Señor venía anunciando su inminente pasión y muerte, pero sus seguidores no querían aceptarlo.
Según Mateo, en la casa de Simón son los propios discípulos de Jesús los que se indignan ante la mujer y le hacen duros reproches. No son capaces de aceptar un acto de entrega total y, mucho menos, de ver el amor que mueve a alguien a donarse así.
En realidad, el verdadero frasco de alabastro con perfume es Cristo que, roto en la Cruz, derrama, entrega totalmente su perfume, que es la Vida.
La mujer de Betania fue una de las pocas que comprendió y aceptó lo que el Señor venía anunciando que haría y, en un gesto de amor agradecido, lo ungió. Jesús la defiende: "Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura".
La comprensión de la Cruz de Jesús supone descubrir cuán amados somos en la entrega total de Cristo. Y ese sabernos amados de tal forma despierta el anhelo de la correspondencia en el amor, es decir, de llegar a amar a Dios con un amor tal que no puede ser otro que el mismo amor de Dios. Y no hay mayor amor que dar la vida... que romper el propio frasco de alabastro y derramar el perfume.
"Vivir de amor es imitar, Jesús, la hazaña de María
cuando bañó de lágrimas y perfumes preciosos
tus fatigados y divinos pies y los besó arrobada,
enjugándolos luego con sus largos cabellos...
Y alzándose del suelo, rompió el frasco
y tu cabeza María perfumó.
¡Oh, Jesús, el perfume que yo doy a tu rostro
es y será mi amor!
«¡Vivir de amor, oh, qué locura extraña -me dice el mundo-, cese ya tu canto!
¡No pierdas tus perfumes, no derroches tu vida,
aprende a utilizarlos con ganancia!»
¡Jesús, amarte es pérdida fecunda!
Tuyos son mis perfumes para siempre".
Santa Teresa del Niño Jesús, fragmento de su poema "Vivir de amor"
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