Lo trajo de Granada, España, pero es de estilo andino, con la escena del nacimiento enmarcada en un corazón.
Dice Jesús que "donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón" (Mateo 6, 21). Pero, ¿dónde está su propio Corazón, el de Jesús? ¿cuál es su tesoro, aquel "tesoro escondido" que le mueve a "vender todo lo que tiene" para comprarlo?
Ese tesoro donde esta el Corazón de Dios eres tú, soy yo... es cada hombre por el cual Dios, el gran Enamorado, es capaz de dar todo lo que tiene.
Solo el Padre Enamorado es capaz de darnos a su Hijo muy amado para salvarnos.
Solo el Hijo Enamorado es capaz de despojarse de su rango para venir a abrazarnos en nuestra humanidad y darse a si mismo totalmente.
Solo el Espíritu Enamorado es capaz de hacer morada en nosotros.
Le robamos el corazón a Dios como la Amada le robó el corazón a su Amado en el Cantar de los Cantares: "¡Me has robado el corazón, hermana mía, novia mía!". "Me has robado el corazón con una sola mirada de tus ojos, con uno solo de los cabellos que vuelan sobre tu cuello".
Este Dios Enamorado reclama nuestra compañía , nos dice "eres toda hermosa"...
Y es sorprendente que, mientras muchas veces buscamos por todos los medios ganarnos el aprecio de los demás o mendigamos un poco de cariño, a Dios le robamos el corazón entero ¡con una sola mirada!
"Sepamos, pues, hacer prisionero a este Dios que se hace mendigo de nuestro amor. Al decirnos que un solo cabello puede obrar este prodigio, nos está mostrando que los más pequeños actos, hechos por amor, cautivan su corazón... Si hubiera que hacer grandes cosas, ¡cuán dignos de lástima seríamos...! ¡Pero qué dichosas somos, ya que Jesús se deja prendar por las más pequeñas...!".
Santa Teresa del Niño Jesús, carta a su hermana Leonia, 12 de julio de 1896
"De flores y esmeraldas,
en las frescas mañanas escogidas,
haremos las guirnaldas en tu amor florecidas,
y en un cabello mío entretejidas:
en sólo aquel cabello
que en mi cuello volar consideraste;
mirástele en mi cuello,
y en él preso quedaste,
y en uno de mis ojos te llagaste.
Cuando tú me mirabas,
tu gracia en mí tus ojos imprimían;
por eso me adamabas,
y en eso merecían
los míos adorar lo que en ti vían".
San Juan de la Cruz, "Cántico espiritual".
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