Este dibujo me lo regaló mi amiga Annie Calzia en enero de 2019. A ella le gusta dibujar y, después de que me compartiera una hermosa imagen de la Virgen en oración, le insistí para que me dibujara un pesebre...
No es un dibujo cualquiera.
Para empezar, está hecho para mi, para darme el gusto, y en esto ya hay una caridad grande de parte de la autora. Créanme, además de papel y lápiz, esta obra se plasmó con un verdadero sentimiento de amistad fraterna.
Pero mas allá de esto, si el dibujo irradia la belleza sublime de la Sagrada Familia y lleva a quien lo observa a elevar los ojos del alma a Dios es, a mi parecer, porque hay un don divino, una gracia especial, que se regala a quien, antes que la mera pretensión artística, busca expresar la Buena Noticia del Reino...
No me lo dijo, pero intuyo que la autora de este dibujo habrá orado antes y durante la ejecución de la obra. Lo sospecho porque es una mujer de oración y porque además admira el arte de los íconos religiosos y estos solo se logran hacer con eficacia apostólica -la de llevar a otros a la oración a partir de la contemplación de una imagen- si antes se ora al Buen Dios pidiéndole que, como el Artista verdadero, guíe el pincel para dar forma al mensaje que ha de plasmar.
Escuché alguna vez que los monjes ortodoxos, al ingresar al monasterio, reciben una celda con las paredes completamente limpias, como lienzo en blanco, y que solo después de largos años de oración están listos para pintar un ícono allí...
Sólo la experiencia espiritual, adquirida en la oración, en el diálogo amoroso con Dios, es capaz de inspirar los trazos, los matices, los colores que formen una imagen en sintonía con el querer del Artista.
"Para pintar las cosas de Cristo es menester vivir con Cristo", afirmaba el beato dominico Fra Angélico, gran artista del Renacimiento.
Quien así encara un dibujo, un ícono, una pintura que busque hablar de Dios y llevar a Él hará de su obra un modo de oración fecunda.
San Rafael Arnáiz, monje que antes y después de su ingreso en la Trapa se destacó como buen dibujante, escribió una vez debajo de una de sus estampas, en la que había plasmado el rostro del Señor: "Hoy mi oración ha estado en la punta de mi lápiz... He pasado un día feliz acariciando el perfil de una figura de Cristo. ¡Qué bien se pasa el tiempo dibujando a Jesús!...".
El riesgo es quizás pensar que los que no hemos sido bendecidos con el don de una buena mano, capaz de delinear trazos con belleza, nada podemos hacer para gloria de Dios...
Sin embargo, al que no le dio Dios el don de pintar, le habrá dado el don de escribir, o el de componer, o cantar, o el de danzar, o el del buen decir... a otros el de escuchar, el de aconsejar, el de sonreír, el de bordar, el de cocinar... y así, cada uno lleva en sí algún don con el que ser mensajero de Dios, "dibujando a Jesús" de los modos más diversos, creativos y fecundos.
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