Esta foto la tomé en mayo de 2018 en la ciudad de Bariloche, en la Patagonia argentina. Este pesebre escultórico está emplazado a las puertas de la catedral y desde allí hay una bella vista al inmenso y azul lago Nahuel Huapi.
Ver a Jesús aquí me recordó todos esos pasajes de sus vivencias en el lago de Tiberíades o de Genesaret, llamado también Mar de Galilea.
Jesús eligió vivir junto al lago. Dice el evangelio de san Mateo que, después de sus días en el desierto, volvió a Galilea, pero no se quedó en Nazaret, sino que fue a vivir a Cafarnaúm, "a orillas del lago".
A esas costas llevó su luz, tal como profetizó Isaías.
En esas riberas comenzó a proclamar la llegada del Reino de Dios.
Por esas orillas caminaba. Allí llamó a sus primeros "pescadores de hombres".
Al borde de esas aguas enseñó y curó. Se agotó y descansó.
Un día "Jesús salió de casa y fue a sentarse a orillas del lago" (Mateo 13, 1). ¡Qué escena preciosa! Me pregunto qué pensaría, cuál sería su oración, contemplando esas aguas... No lo sé, pero luego su paso siguiente fue subirse a una barca, no quedarse en la orilla, sino adentrarse en ese lago misterioso y tan inmenso que le dicen "mar"...
Jesús surcó esas aguas varias veces, cruzando de un lado a otro.
No lo amedrentaron los fuertes vientos ni las tormentas.
No era pescador pero conocía perfectamente dónde echar las redes.
No sé si sabía nadar, ¡pero sabía caminar sobre las aguas!
Y allí, en el medio del lago, le manifestó a sus apóstoles su poder.
Esas aguas, profundas, misteriosas, a veces turbulentas, otras un sereno reflejo del cielo, somos nosotros. A esta orilla, la de nuestra humanidad, vino a vivir Jesús. Siendo Dios, se encarnó, eligiendo estar en nuestra ribera y más allá, navegando mar adentro en las profundidades de nuestra condición humana, sin temor a nuestro oleaje traicionero... calmando nuestras tormentas... surcando las aguas de nuestra vida de punta a punta...
Jesús, navegante de mi mar interior,
Ven a atravesar mis aguas.
Ven a mi orilla y llámame por mi nombre.
Siéntate en la arena y deja que bañe tus pies.
En mi tempestad, camina sobre mí y me sosegaré,.
En la oscuridad de la noche, dime "soy yo, no temas" y el espanto se desvanecerá.
Calma el viento, apacigua las olas y yo, ante tu poderosa presencia, te adoraré: "Verdaderamente eres Hijo de Dios".
Rema mar adentro y duérmete allí, en esas mis aguas de las que yo reniego y en las que Tú, en cambio, encuentras hermosura...
Pesca en mis profundidades, allí donde te gusta echar tus redes.
Que mis olas sepan acariciarte y mi espuma besarte.
Y que mi canción incesante y acompasada, la de mis aguas llegando una y otra vez a tu orilla, sea mi mejor oración.
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