Este pesebre me lo regaló mi amiga Eukene Oquendo en mayo de 2018. Lo trajo de Valencia (España), su tierra, y fue hecho por María José, una amiga de su familia que se dedica a hacer manualidades.
Está hecho con trozos de paño de distintos colores, con pespuntes y bordados. Son dos piezas unidas, una con el conjunto de la Sagrada Familia, y la otra con la estrella de Belén. Como una se apoya en la otra, en un primer momento se me ocurrió escribir sobre la importancia de apoyarnos en Jesús y de, sostenidos por Él, ser apoyo para otros.
Buscando algo de inspiración, me topé con el "soy responsable de mi rosa", una de las frases destacadas de "El Principito". Y como una cosa va llevando a otra, terminé leyendo sobre la conexión entre el famoso relato del niño caído del asteroide B-612 y el Niño Jesús de Praga...
Hay quienes afirman que Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), el célebre aviador y escritor francés, se inspiró en el Divino Niño -el pequeño Rey- para su tierno personaje.
Intrigada, volví a las páginas de "El Principito" después de años, por no decir décadas, para releerlo en esta clave... No sé si Saint-Exupéry se inspiró o no en el Niño de Praga, pero ciertamente en el relato hay algunos detalles que me recuerdan a Jesús.
La primera resonancia está en la dedicatoria "al niño que fue" aquel amigo del autor, ya una persona mayor, y que tiene necesidad de consuelo... Para entrar al mundo del Principito se necesita la comprensión -la mirada- de un niño... También para entrar al Reino de los Cielos. "Si no os hacéis como niños...".
Los "mayores" -el rey poderoso, e vanidoso, el bebedor, el ambicioso hombre de negocios, el geógrafo anciano...- se creen importantes y grandes, pero son muy complicados y les cuesta aceptar las verdades más fundamentales.
"Si les decimos: 'La prueba de que el principito ha existido es que reía, era encantador y quería un cordero'. No lo entienden ni lo creen, aunque 'querer un cordero' sea una prueba irrebatible de existencia; las personas mayores se encogerán de hombros y nos dirán que nos comportamos como niños. Pero si les decimos: 'el planeta de donde venía el principito es el asteroide B-612', quedarán totalmente convencidas y no dudarán más ¡ni modo!, hay que entender que son así. Los niños deben ser muy condescendientes con las personas mayores", dice el libro de Saint-Exupéry en uno de sus pasajes.
Es necesario ser como niños. La Buena Noticia es revelada y acogida por los "pequemos", mientras que queda oculta a los "sabios y entendidos". Fariseos, sacerdotes y doctores de la Ley desconfiaban de Jesús, no entendían sus palabras, le exigían pruebas, señales... "Quien no acoja el reino de Dios como un niño no entrará en él".
La mirada del Principito, que es la de un niño, también me recuerda a la de Dios. El Principito era capaz de ver un cordero a través de una caja. La mirada del Señor también va más allá... "La mirada de Dios no es la del hombre; el hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón".
Con todo, podemos pedir prestados los ojos a Dios si nos volvemos como niños y así ver "bien" lo que hay que ver. "Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos", formula el zorro al Principito al revelarle su secreto. "Felices los puros de corazón porque ellos verán a Dios", dice Jesús.
Otra resonancia bíblica es la del desierto. El narrador, un aviador forzado a aterrizar por una avería en el Sahara, confiesa que vivía solo, "sin alguien con quien poder hablar verdaderamente", hasta que en aquellas arenas solitarias conoce al Principito. También Dios suele salir a nuestro encuentro en los "desiertos" de la vida... El desierto guarda un pozo oculto, un tesoro escondido, la belleza invisible.
Tiempo y diálogo. Eso se necesita para construir una relación. Dice el aviador que necesitó tiempo para comprender de dónde venía el Principito y que, poco a poco, las palabras del niño le fueron revelando sus secretos. También nos pasa así en la relación con Dios.
Hay algo más para crear vínculo con Dios y es ese dejarse "domesticar" que tan bien define el zorro en palabras que casi se pueden tomar prestadas como oración al Señor: "Si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, como también yo lo seré para ti... Si tú me domesticas, mi vida se llenará de sol y conoceré el rumor de unos pasos diferentes a los de otros hombres".
¡Y las preguntas! Esas benditas preguntas, insistentes, simples, directas y, por eso, tan incómodas para los "mayores" que hace el Principito... ésas me recuerdan mucho a las preguntas de Jesús: "¿Y ustedes, quién dicen que soy yo?", "¿Me amas de verdad?", "¿También ustedes quieren irse?", "¿Ni siquiera habéis sido capaces de velar una hora conmigo?"...
El amor del Principito por su rosa, la fidelidad a su flor, también me recuerda al amor de Jesús por cada persona, con verdadero celo, como pastor que es capaz de dejarlo todo, hasta la vida, por su oveja perdida.
El Principito regresó a su casa, pero su risa se ha quedado en las estrellas que cascabelean cuando su amigo aviador las contempla. Presencia misteriosa, aunque real. Pero más real, verdaderamente real, es la Presencia de Jesús entre nosotros, cada día, hasta el final de los tiempos.
"Tengo sed de esta agua –dijo complacido el principito–, dame de beber...
¡Entonces comprendí lo que él había buscado!
Levanté el balde hasta sus labios. Bebió con los ojos cerrados. El espectáculo era bello como un día de fiesta.
Aquella agua era algo más que un alimento. Había nacido del caminar bajo las estrellas, del canto de la polea, del esfuerzo de mis brazos. Era como un regalo para el corazón... Cuando yo era niño, las luces del árbol de Navidad, la música de la misa de medianoche, la dulzura de las sonrisas, daban su resplandor al regalo de Navidad que recibía".
Antoine de Saint-Exupéry, "El Principito", capítulo XXV.
"Una mujer samaritana llegó para sacar agua, y Jesús le dijo: 'Dame de beber'...
Jesús le dijo: 'Si conocieras el don de Dios, si supieras quién es el que te pide de beber, tú misma le pedirías agua viva y él te la daría'.
Ella le dijo: 'señor, no tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo. ¿Dónde vas a conseguir esa agua viva?'.
Jesús le dijo: 'El que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré nunca volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en un chorro que salta hasta la vida eterna'".
Evangelio según San Juan, capítulo 4.
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