Esta foto la tomé en abril de 2018 en la Basílica del Santísimo Rosario del convento de Santo Domingo, en Lima, Perú. Es el Niño de la Sabiduría, imagen que forma parte del altar lateral dedicado al Sagrado Corazón de Jesús.
La figura es encantadora: un Niño Rey, que en sus manos tiene "la Sagrada mini Biblia".
Jesús, la Palabra encarnada, es, como nos dice san Pablo, "sabiduría de Dios" (1 Corintios 1, 24).
Como Sabiduría también invocamos en el Adviento a Jesús, próximo a nacer, cuando cantamos cada 17 de diciembre la primera de las llamadas "Antífonas de la O": "Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ¡ven y muéstranos el camino de la salvación!".
Es una oración preciosa, con la que llamamos a Jesús con el nombre de Sabiduría, reconocemos la grandeza divina en un Niño, lo invocamos como nuestro Salvador y nos admiramos de todo el misterio que ello encierra.
La preexistencia eterna del Hijo junto al Padre y el descenso del Señor en la encarnación -el Verbo que acampó entre nosotros- se anuncian ya en los libros sapienciales del Antiguo Testamento, en la figura de la Sabiduría.
Es el caso del "Elogio de la Sabiduría", en Eclesiástico 24, donde es la propia Sabiduría la que nos habla. Es un pasaje hermoso para orar, dejando que las palabras resuenen en nuestro corazón como voz del Niño de la Sabiduría:
"Yo salí de la boca del Altísimo y cubrí la tierra como una neblina.
Levanté mi carpa en las alturas, y mi trono estaba en una columna de nube.
Yo sola recorrí el circuito del cielo y anduve por la profundidad de los abismos.
Sobre las olas del mar y sobre toda la tierra, sobre todo pueblo y nación, ejercí mi dominio.
Entre todos ellos busqué un lugar de reposo, me pregunté en qué herencia podría residir.
Entonces, el Creador de todas las cosas me dio una orden, el que me creó me hizo instalar mi carpa, él me dijo: «Levanta tu carpa en Jacob y fija tu herencia en Israel».
El me creó antes de los siglos, desde el principio, y por todos los siglos no dejaré de existir.
Ante él, ejercí el ministerio en la Morada santa, y así me he establecido en Sión;
él me hizo reposar asimismo en la Ciudad predilecta, y en Jerusalén se ejerce mi autoridad.
Yo eché raíces en un Pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su herencia.
Crecí como un cedro en el Líbano y como un ciprés en los montes del Hermón;
crecí como una palmera en Engadí y como los rosales en Jericó; como un hermoso olivo en el valle, y como los rosales en Jericó; como un hermosos olivo en el valle, y como un plátano, me elevé hacia lo alto.
Yo exhalé perfume como el cinamomo, como el aspálato fragante y la mirra selecta, como el gálbano, la uña aromática y el estacte, y como el humo del incienso en la Morada.
Extendí mis ramas como un terebinto, y ellas son ramas de gloria y de gracia.
Yo, como una vid, hice germinar la gracia, y mis flores son un fruto de gloria y de riqueza.
Yo soy la madre del amor hermoso, del temor, de la ciencia y de la santa esperanza. Yo, que permanezco para siempre, soy dada a todos mis hijos, a los que han sido elegidos por Dios.
¡Vengan a mí, los que me desean, y sáciense de mis productos!
Porque mi recuerdo es más dulce que la miel y mi herencia, más dulce que un panal.
Los que me coman, tendrán hambre todavía, los que me beban, tendrán más sed.
El que me obedezca, no se avergonzará, y los que me sirvan, no pecarán".
La figura es encantadora: un Niño Rey, que en sus manos tiene "la Sagrada mini Biblia".
Jesús, la Palabra encarnada, es, como nos dice san Pablo, "sabiduría de Dios" (1 Corintios 1, 24).
Como Sabiduría también invocamos en el Adviento a Jesús, próximo a nacer, cuando cantamos cada 17 de diciembre la primera de las llamadas "Antífonas de la O": "Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ¡ven y muéstranos el camino de la salvación!".
Es una oración preciosa, con la que llamamos a Jesús con el nombre de Sabiduría, reconocemos la grandeza divina en un Niño, lo invocamos como nuestro Salvador y nos admiramos de todo el misterio que ello encierra.
La preexistencia eterna del Hijo junto al Padre y el descenso del Señor en la encarnación -el Verbo que acampó entre nosotros- se anuncian ya en los libros sapienciales del Antiguo Testamento, en la figura de la Sabiduría.
Es el caso del "Elogio de la Sabiduría", en Eclesiástico 24, donde es la propia Sabiduría la que nos habla. Es un pasaje hermoso para orar, dejando que las palabras resuenen en nuestro corazón como voz del Niño de la Sabiduría:
"Yo salí de la boca del Altísimo y cubrí la tierra como una neblina.
Levanté mi carpa en las alturas, y mi trono estaba en una columna de nube.
Yo sola recorrí el circuito del cielo y anduve por la profundidad de los abismos.
Sobre las olas del mar y sobre toda la tierra, sobre todo pueblo y nación, ejercí mi dominio.
Entre todos ellos busqué un lugar de reposo, me pregunté en qué herencia podría residir.
Entonces, el Creador de todas las cosas me dio una orden, el que me creó me hizo instalar mi carpa, él me dijo: «Levanta tu carpa en Jacob y fija tu herencia en Israel».
El me creó antes de los siglos, desde el principio, y por todos los siglos no dejaré de existir.
Ante él, ejercí el ministerio en la Morada santa, y así me he establecido en Sión;
él me hizo reposar asimismo en la Ciudad predilecta, y en Jerusalén se ejerce mi autoridad.
Yo eché raíces en un Pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su herencia.
Crecí como un cedro en el Líbano y como un ciprés en los montes del Hermón;
crecí como una palmera en Engadí y como los rosales en Jericó; como un hermoso olivo en el valle, y como los rosales en Jericó; como un hermosos olivo en el valle, y como un plátano, me elevé hacia lo alto.
Yo exhalé perfume como el cinamomo, como el aspálato fragante y la mirra selecta, como el gálbano, la uña aromática y el estacte, y como el humo del incienso en la Morada.
Extendí mis ramas como un terebinto, y ellas son ramas de gloria y de gracia.
Yo, como una vid, hice germinar la gracia, y mis flores son un fruto de gloria y de riqueza.
Yo soy la madre del amor hermoso, del temor, de la ciencia y de la santa esperanza. Yo, que permanezco para siempre, soy dada a todos mis hijos, a los que han sido elegidos por Dios.
¡Vengan a mí, los que me desean, y sáciense de mis productos!
Porque mi recuerdo es más dulce que la miel y mi herencia, más dulce que un panal.
Los que me coman, tendrán hambre todavía, los que me beban, tendrán más sed.
El que me obedezca, no se avergonzará, y los que me sirvan, no pecarán".
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