Este pesebre lo compré en diciembre de 2017 en la tienda de artículos religiosos de la basílica Nuestra Señora de la Merced, de Buenos Aires.
Es un pequeño tríptico de cuero, repujado y pintado a mano. En los laterales hay figuras de ángeles tocando instrumentos musicales y en la parte central está la Sagrada Familia. El Niño está sentado en el regazo de María, mira de frente y muestra en su pecho su pequeño corazoncito...
El Corazón de Jesús nos habla de su infinito Amor, pero un Amor encarnado: Dios nos ama con un corazón de hombre, un corazón de carne, igual que el nuestro menos en el pecado...
El Hijo, encarnado, tiene un cuerpo, con un corazón que late... un corazón que palpitó, que fue estrujado en la Pasión, que dejó de latir en la Cruz, del que brotó sangre y agua... y que volvió a latir con la Resurrección... ¡y que está vivo!
Jesús nos ama con un corazón de hombre que fue primero el de un recién nacido. Los bebés, hasta los tres meses, tienen entre 100 y 150 latidos por minuto... una cantidad de pulsaciones similar a la que se registra cuando alguien está frente a la persona amada...
Y este Niño, que nos mira enamorado desde el pesebre, nos muestra su corazoncito acelerado por el amor, abierto de par en par para nosotros, y nos dice: "¡Me has robado el corazón con una sola de tus miradas!" (Cantar de los Cantares 4, 9).
Ese corazoncito palpitante, desbordante de vida y que se consume por amarnos entregándose es el mismo, ¡el mismo!, del Resucitado que hoy busca ser uno con nuestro corazón en cada Eucaristía...
El beato Bernardo de Hoyos (1711-1735), apóstol de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús en España, relata una gracia muy especial recibida en la Navidad de 1733, después de comulgar, que nos invita también a nosotros a guardar en nuestro corazón el Corazoncito de Jesús: "Después de la comunión, vi mi corazón y, junto a él, al Dulcísimo Niño Jesús, tan pequeñito, tan delicado, hermoso y agraciado como cuando salió del vientre santísimo de su Madre; como quien temblaba de frío, se arrimaba a mi corazón cogiéndole con las dos manecitas con ademán de quien quería meterse dentro. Luego vi que su Corazoncito todo hecho un fuego se pasaba al mío, quedando como cerrado y cubierto con él; oyendo entonces mi alma la amorosa voz que me decía que primero había sido su Corazón custodia del mío, que ahora era el mío abrigo del suyo, entendiendo aquí que mi corazón debía trabajar por el de Jesús, para colocarle en el de los hombres... Tener Jesús mi corazón como otras veces dentro del suyo significa lo que hace por mi; tener su Corazón dentro del mío indica lo que debo yo hacer por él".
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