Este pesebre me lo regalaron mis amigas Eukene Oquendo y Carlota Ciudad en agosto de 2017. Lo trajeron de San Miguel de Tucumán, en el noroeste de Argentina.
Es una única pieza de barro, con las figuras de la Sagrada Familia en estilo andino, junto a una alpaca.
Originaria de los Andes, la alpaca es parte de la familia de los camélidos, junto con los dromedarios, los camellos, las llamas, las vicuñas y los guanacos.
En lo primero que pensé cuando vi este animal junto a la Sagrada Familia y al Niño envuelto en un tejido blanco fue en una estrofa de un popular villancico argentino: "Llegaron ya, los reyes eran tres: Melchor, Gaspar y el negro Baltasar. Arrope y miel le llevarán y un poncho blanco de alpaca real".
La canción se llama "Los reyes magos" y fue compuesta en una "noche de milagro" de septiembre de 1964 por el compositor y pianista Ariel Ramírez y el periodista, historiador y escritor Félix Luna como parte del disco "Navidad nuestra", integrado por temas navideños con melodías y letras embebidos de la cultura argentina. Así, los reyes magos no le regalan al Niño incienso, oro y mirra, sino arrope, miel y un poncho blanco... de alpaca real.
Pero, ¿y qué es la alpaca real?
La alpaca es un animal muy apreciado por su lana.
Reservada en la antigüedad para los nobles del pueblo inca, la lana de alpaca es considerada como el "oro de los Andes" porque su fibra es una de las valoradas del mundo por ser muy suave, abrigada y resistente al agua. Hay diferentes calidades de lana de alpaca, pero la "real" es la mejor.
Este pesebre y la canción a la que me remite me hacen pensar en lo importante de dar a Dios de lo nuestro y, de lo nuestro, lo mejor. Aunque todo lo que tenemos, en el fondo, lo hemos recibido como don de Dios, lindo es que los autores del villancico pensaron que los reyes debían llevarle al Niño algo de la propia tierra y, así, invitarnos a nosotros a regalarle al Señor de lo nuestro, de nuestra propia vida, no de lo que pretendemos ser o hacer, sino de lo que somos, de nuestra realidad, de nuestra verdad. Y, de eso que somos, lo mejor. Lo que se reserva para un Rey. ¡Qué desafío pensar qué podemos ofrecerle al Señor desde esta perspectiva!
Pero qué hermoso también saber que eso que le ofrezcamos, Él, siendo Dios, no lo despreciará, sino que lo aceptará y lo guardará como el mejor regalo.
Me recuerda un poco a aquella mujer que tenía guardado para Jesús un frasco de perfume muy caro y lo derramo entero sobre el Señor... Uno comentó que aquello era un desperdicio, pero Jesús defendió el gesto de esa mujer...
Y como los reyes llevaron aquel regalo tan suyo y valioso como parte de un acto de adoración, este pesebre también me recuerda que a adorar a Jesús debemos ir así, con nuestra vida como ofrenda, con nuestro tiempo -¡el tiempo es oro!- como don al Señor... dárselo todo con ternura, con dulzura, con calidez, con sencillez, con fe... de lo nuestro, lo mejor, para nuestro Rey.
"Llegaron ya, los reyes y eran tres:
Melchor, Gaspar y el negro Baltasar.
Arrope y miel le llevarán
y un poncho blanco de alpaca real.
Changos y chinitas duérmanse
Que ya Melchor, Gaspar y Baltasar
todos los regalos dejarán
Para jugar mañana al despertar.
El Niño Dios muy bien lo agradeció,
comió la miel y el poncho lo abrigó.
Y fue después que sonrió
y a medianoche el sol relumbró".
"Los reyes magos", de Félix Luna y Ariel Ramírez
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