Este pesebre, dentro de una cajita de fósforos, me lo regaló mi amiga Sofía Terrile en diciembre de 2016. Fue hecho en Perú, pero comprado en Niza, en el sur de Francia.
Cuando buscaba una relación entre los fósforos y Dios encontré que a veces, a modo de recurso para la catequesis, se ha utilizado la figura de tres fósforos encendidos como analogía para hablar de la Santísima Trinidad.
Si tomamos tres fósforos, los juntamos y los encendemos, arderán en una sola y misma llama, aunque distingamos tres cerillas. Es una imagen que puede ayudar a acercarnos un poco al misterio de la Trinidad: un solo Dios en tres personas.
El trinitario es un misterio de fe muy grande, insondable... ¡Cuánto más sobrepasa nuestro entendimiento la idea de estar habitados por la Trinidad!
¿Puede realmente la Trinidad infinita habitar en nuestro pobre y limitado corazón? Este pesebre, a su modo, me susurra que sí: en una cajita frágil, pequeña, de pobre cartón, se esconde Dios...
Hay alguien que intuyó este misterio y se lanzó a la aventura de vivirlo. Se llama santa Isabel de la Trinidad, una carmelita francesa que hizo vida lo que marca su "nombre nuevo". Cuando hizo su Primera Comunión, una carmelita le escribió en una estampa que Isabel quería decir "casa de Dios": "En tu bendito nombre se encierra todo un misterio que hoy se cumplió. Tu pecho, niña, es en esta tierra «Casa de Dios», del Dios del amor". Descubre entonces que su nombre encierra su verdadera vocación, lo que está llamada a ser.
Isabel llegó a tener tal certeza de estar habitada por la Trinidad y un trato tan familiar e íntimo con las tres Divinas Personas que las llamaba amorosamente "mis Tres".
En silencio, en recogimiento interior, Isabel se metía en su "casita" para adorar a sus Tres: "Todo mi ejercicio es entrar adentro y perderme en Los que están allí. ¡Lo siento tan vivo en mi alma! No tengo más que recogerme para encontrarlo dentro de mí. Eso es lo que constituye toda mi felicidad".
"¡Qué buena es esta presencia de Dios dentro de nosotros, en este santuario íntimo de nuestras almas! Allí lo encontramos siempre, aunque por el sentimiento no sintamos más Su presencia. Pero, con todo, está allí. Allí es donde me gusta buscarlo. Procuremos no dejarlo nunca solitario. Que nuestras vidas sean una oración continua", recomendaba.
Isabel buscó en el interior de su "casita" y se descubrió habitada por el fuego de Amor de la Trinidad, por una llama de Amor viva que tiernamente la hería en su más profundo centro.
"Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, puesto que el cielo es Dios y Dios está en mi alma".
Elevación a la Santísima Trinidad
"¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme enteramente de mí para establecerme en Ti, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, ¡oh mi Inmutable!, sino que cada minuto me sumerja más en la hondura de tu Misterio.
Inunda mi alma de paz; haz de ella tu cielo, la morada de tu amor y el lugar de tu reposo. Que nunca te deje allí solo, sino que te acompañe con todo mi ser, toda despierta en fe, toda adorante, entregada por entero a tu acción creadora.
¡Oh, mi Cristo amado, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para tu Corazón; quisiera cubrirte de gloria, amarte… hasta morir de amor! Pero siento mi impotencia y te pido «ser revestida de Ti mismo»; identificar mi alma con todos los movimientos de la tuya, sumergirme en Ti, ser invadida por Ti, ser sustituida por Ti, a fin de que mi vida no sea sino un destello de tu Vida. Ven a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.
¡Oh, Verbo eterno, Palabra de mi Dios!, quiero pasar mi vida escuchándote, quiero hacerme dócil a tus enseñanzas, para aprenderlo todo de Ti Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero fijar siempre la mirada en Ti y morar en tu inmensa luz. ¡Oh, Astro mío querido!, fascíname para que no pueda ya salir de tu esplendor.
¡Oh, Fuego abrasador, Espíritu de Amor, «desciende sobre mí» para que en mi alma se realice como una encarnación del Verbo. Que yo sea para El una humanidad suplementaria en la que renueve todo su Misterio.
Y Tú, ¡oh Padre Eterno!, inclínate sobre esta pequeña criatura tuya, «cúbrela con tu sombra», no veas en ella sino a tu Hijo Predilecto en quien has puesto todas tus complacencias.
¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo!, yo me entrego a Ti como una presa. Sumergíos en mí para que yo me sumerja en Vos, mientras espero ir a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas".
Santa Isabel de la Trinidad
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