Este pesebre me lo regaló mi papá en diciembre de 2016. Lo compró en la santería Nuestra Señora del Carmelo, de Buenos Aires. Es una única pieza, pequeña, con las figuras de Jesús, María y el Niño hechas en porcelana fría, montadas sobre una hoja.
Una de las cosas que más me llamó la atención de este pesebre es que María y José tienen sus cabezas cubiertas por un mismo velo blanco.
Investigando un poco, descubrí que en algunas partes del mundo aún se utiliza la tradición de "velar" a los novios, sea dentro de la liturgia del matrimonio o días después de recibir el sacramento, durante una misa de "velación", donde los esposos reciben una bendición especial.
El gesto de la denominada "velatio", o velación, se hace tomando parte del velo de la novia para cubrir los hombros del novio, o bien, lo que parece ser menos frecuente, cubriendo con un mismo velo la cabeza de ambos.
Este símbolo del velo que cubre a los dos representa la unidad del matrimonio bendecida por Dios y el blanco, la pureza.
Y me parece muy curioso ver este símbolo aplicado a María y José en este pesebre.
El de María y José fue un verdadero matrimonio. Singular, pero verdadero.
El papa san Juan Pablo II, en una catequesis durante la audiencia del 21 de agosto de 1996, afirmó que José y María recibieron la gracia de vivir juntos el carisma de la virginidad y el don del matrimonio.
"La comunión de amor virginal de María y José, aun constituyendo un caso especialísimo, vinculado a la realización concreta del misterio de la Encarnación, sin embargo fue un verdadero matrimonio", recalcó en aquella catequesis.
Juan Pablo II se aleja de la visión que muchas veces se tiene de José como un hombre de edad avanzada y un "custodio", más que como esposo de María. En cambio, propone mirar a José como un hombre cuya perfección interior, fruto de la gracia, lo llevó a vivir con afecto virginal la relación esponsal con María.
Y como testigo de ese amor tan especial creció Jesús... ¡el Esposo virgen!
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