En diciembre de 2015 con mis compañeros de trabajo jugamos al "amigo invisible" para Navidad. Por sorteo, cada uno debía hacer un regalo, de manera anónima, a uno de sus compañeros.El regalo que me hicieron fue un pesebre, hecho con vellón, traído de la ciudad argentina de Córdoba. Me encantó y, sin saber quién me lo había regalado, fui agradeciendo uno por uno... hasta que descubrí la identidad de mi "amigo invisible", Aitor Iturria, a quien agradezco el gesto delicado de alegrarme el corazón regalándome algo que sabe que me gusta y valoro tanto...
Esto del "amigo invisible" me hizo pensar en cuántos bienes -materiales y espirituales- recibimos a lo largo de nuestra vida sin enterarnos nunca de qué manos provienen.
De cuántas cosas que recibimos en nuestros primeros años de vida no somos conscientes... no podemos recordar quién nos acunó con paciencia aquella noche que éramos llanto vivo...
Sabemos que nuestros padres o abuelos habrán hecho muchos de estos actos buenos por nosotros, pero en lo concreto permanecen invisibles a nuestra memoria.
Hay otros bienes que hemos recibido de los que sí somos conscientes, pero ignoramos la identidad de nuestro benefactor. Quizás un mensaje anónimo de consuelo o un desconocido que nos ayudó en la calle...
Otras veces incluso ignoramos el bien que se nos hace... Alguien que nos perdonó en lo secreto de su corazón, alguien que intercedió a nuestro favor sin que lo sepamos, que rezó por nosotros...
Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) ha planteado una idea que me parece fascinante. Aunque en apariencia podemos ponerle nombre y apellido a los protagonistas de los grandes acontecimientos de nuestra historia personal y de la historia de la humanidad, esta santa afirma que "no cabe ninguna duda de que los giros decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales poco o nada dicen los libros de historia".
Quiénes son estas personas, dice, "a las que hemos de agradecer las transformaciones decisivas de nuestra vida personal" solo lo sabremos "el día en que todo lo oculto sea revelado".
Son personas que viven "íntimamente unidas a Dios" y cuyos frutos pueden permanecen ocultos a los otros hombres e incluso a sí mismas. De allí, sostiene Edith Stein, brotan fuentes misteriosas de vida...
Resulta medio increíble que haya personas así, que nos hagan el bien en lo secreto, sin esperar ni un gracias a cambio e incluso sin conocernos, cuando lo que prima en el mundo es la búsqueda de reconocimiento, de prestigio, de fama y casi todo se hace con algún interés personal.
¿Quién de verdad actúa como "amigo invisible"? Creo que la única respuesta posible la da la propia Edith Stein al decir que son personas que viven "íntimamente unidas a Dios". Porque actuar así, hacer el bien en lo secreto, en el silencio, en lo oculto, es muy propio del estilo de Dios...
Jesús, de hecho, dice san Pedro, "pasó haciendo el bien" (Hechos 10, 38), pero la mayor parte de su vida terrenal fue vida oculta. Y ese hacer el bien en lo secreto de la vida ordinaria de Nazaret nos lo dejó como enseñanza: "tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos"; "cuando des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha para que tu limosna quede en secreto"; "cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto"; "cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto" (Mateo 6).
Ésta es la "escuela" del "Amigo invisible". A todos los que desde ella, en lo secreto, en el anonimato, en lo oculto, en el silencio, me regalan el bien, ¡gracias!
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