Este Niñito lo compré en agosto de 2015 en una tienda de San Telmo, en Buenos Aires.
Es pequeñito, está hecho de cerámica, cubierto con una manta de lana y acostado en una cunita tejida.
Relata el Evangelio que, apenas nacido, Jesús fue envuelto en pañales por las manos maternales de María.
Dios, hecho Hombre, se dejó envolver. Después del de encarnarse y nacer en las frágiles condiciones de un pesebre, éste es su primer acto de abajamiento.
Un Dios desnudo. Que se deja ver vulnerable. Que se reconoce necesitado en su humanidad.
Y que así, pide y permite que lo cubran, que lo envuelvan, que lo protejan, que cuiden su vida... porque Él, siendo un Niño, no puede hacer nada por sí mismo.
¿Hay mayor humildad que ésta?
"Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres", dice san Pablo (Filipenses 2, 6-7).
El Niño envuelto es el primer llamado de Jesús a hacernos como niños, a desnudarnos ante el Padre, a no esconderle nuestras debilidades, a pedirle que nos arrope porque somos vulnerables, a reconocernos ante Él necesitados de su gracia, de su misericordia, de su poder, de su acción...
Dejarnos envolver por la calidez, experimentar que no podemos nada por nosotros mismos pero que hay Alguien que sí puede y quiere cobijarnos. Abrirnos a la ternura de Dios...
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