Este Niñito, sumido en un dulce sueño en una cunita de tela, lo compré en diciembre de 2014 en la santería Asís, del convento de Santa Catalina de Siena, en Buenos Aires, monasterio que albergó una comunidad de monjas dominicas entre 1745 y 1974.
Santa Catalina de Siena (1347-1380), doctora de la Iglesia, la que decía que su naturaleza era "fuego", fuego del amor de Dios, tuvo entre sus visiones una del Niño Jesús.
En una noche de Navidad, mientras contemplaba en silencio el pesebre, la Virgen le entregó en Niño. Catalina lo acunó, lo besó y le susurró palabras de amor...
En una carta escrita en septiembre-octubre de 1379 y dirigida al pintor Andrés De Vanni, meditando sobre la humildad en preparación a la Navidad, Catalina apremiaba a sus hermanos en la fe a encontrarse en el pesebre con Jesús, "dulce y humilde Cordero", para descubrirle allí "con tanta reverencia y con extraña pobreza", "poseyendo la riqueza del Hijo del Dios, que no tiene pañal decente para que lo envuelvan ni fuego para calentarlo".
Contemplando esa escena, Catalina decía que "con razón deben avergonzares la soberbia, las comodidades y la riqueza del mundo viendo a Dios tan humillado".
Y daba esta recomendación: "Visiten este precioso lugar -el pesebre- para que puedan renacer a la gracia. A fin de que mejor lo puedan hacer y recibir a este Niño, confiésense, si es posible, pata la santa comunión. Permanezcan en el santo y dulce amor a Dios. Jesús dulce, Jesús amor".
"Jesús dulce, Jesús amor"... Con esta expresión solía concluir sus cartas Catalina. Seguro que si hubiera visto a este Niñito, que dormía en una de las celdas de un convento con su nombre, le hubiera susurrado tiernamente al oído esas mismas palabras: Jesús dulce, Jesús amor...
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