Estas dos imágenes, del nacimiento de Jesús y de la adoración de los Magos, están dentro de la Iglesia de Dios Padre, en Nuevo Schoenstatt, en la localidad bonaerense de Florencio Varela (Argentina), sitio de peregrinación cuyo corazón es el Santuario de la Santísima Virgen, en su advocación de Madre, Reina y Victoriosa tres veces Admirable de Schoenstatt, bendecido en 1952 por el padre José Kentenich, fundador del Movimiento Apostólico de Schoenstatt.
Ambas imágenes, junto a otras de la Sagrada Familia, forman parte del friso izquierdo del retablo de la Alianza, obra de la artista chilena María Jesús Ortiz Lizarralde de Fernández.
Conocí este "hermoso lugar" -¡eso es lo que significa "Schoenstatt"!- el 20 de septiembre de 2014, en ocasión de la primera comunión de mi ahijado Tommy, aunque sus padres ya me habían contado de la belleza y la paz de este verdadero remanso.
Ciertamente la pequeña capilla, el Santuario de la Virgen -copia del original, en Alemania- es, primero, un imán para los ojos, por su bella simplicidad, y luego un imán para el alma porque, una vez dentro, la oración, el diálogo amoroso con Dios y con María, fluye, también, con bella simplicidad.
La familia de Schoenstatt afirma que María regala gracias especiales a quienes visitan sus santuarios.
A uno de estos regalos de la Virgen lo llaman la "gracia del cobijamiento", una profunda experiencia de arraigo y protección, de ser acogidos por el abrazo de la Madre, de ser cobijados como hijos de Dios. ¿No es acaso esto mismo lo que experimentó Jesús en el pesebre de Belén?
El propio padre Kentenich, en una charla en 1941, decía que, al escuchar hablar de Belén, su corazón se transportaba a su pequeño santuario: "¿Cómo suena la frase: 'Tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá...' (Mt 2,6)? Schönstatt, pequeña y santa tierra, puedes ser desconocida por doquier, puedes ser pequeña, insignificante y, a pesar de todo, con cuánta fuerza descansa sobre ti la bendición de Dios, ¡qué fuertemente entrelazados están los designios de salvación de Dios con este pequeño lugar!".
Sí, Dios elige nacer siempre en lo pequeño, lo humilde... Ése es su sitio predilecto para derramar bendición porque, de hecho, es en esta condición en la que eligió encarnarse.
"¡Sí, Dios envuelto en pañales! ¡Qué misterio tan tremendo, terrible, casi inconcebible! El Dios eterno e infinito; el Dios de quien San Juan Evangelista dice que es Dios desde toda la eternidad, Dios de Dios, Luz de Luz (cf. Jn 1,9), de quien sabemos que es el eje de la historia de salvación y de la historia universal", reflexionaba el padre Kentenich en una homilía de la Navidad de 1963.
Decía que este "Dios envuelto en pañales" era "un escándalo para los judíos y una necedad para los gentiles", pero, para los elegidos, "este Dios que yace envuelto en pañales y que luego será clavado en la cruz es una manifestación de la sabiduría y del poder infinitos de Dios".
"¿Qué tipo de inquietud es ésta que nos impulsa a visitar la gruta del nacimiento, a contemplar a Dios envuelto en pañales? Sigamos el ejemplo de María santísima y de los pastores. Este Dios recostado en el pesebre nos revela maravillosamente dos realidades. Por un lado, nos muestra el rostro divino de Dios, y, por otro, su faz humana... ¿Cómo es la imagen divina que se nos aparece, radiante, sobre las pajas del pesebre? Dios envuelto en pañales. Dios se nos desvela como el Dios de un amor divino inconmensurable y divinamente misericordioso; como el Dios de un amor que, de modo inconmensurable, se abaja y se aproxima a nosotros; como el Dios de un amor inconmensurable que en su divina sabiduría excede todo límite. El amor que el Dios humanado nos manifiesta en Belén es un amor inconcebiblemente condescendiente. El Hijo de Dios asume la naturaleza humana y, por lo tanto, abandona la gloria del cielo", afirmaba el padre Kentenich.Con él, contemplando el pesebre de Belén, mirando a María, primera adoradora del Dios hecho Hombre... desde nuestro propio Belén, nuestro pequeño santuario, nuestro "hermoso lugar" a los ojos de Dios, digamos a la Virgen:
"Madre,
tal como muestras al Niño a pastores y reyes
y te inclinas ante Él adorándolo y sirviéndolo,
así queremos con amor ser siempre sus instrumentos
y llevarlo a la profundidad del corazón humano".
Padre José Kentenich
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