Este pesebre me lo regalaron en diciembre de 2013 y viene impreso en un "flaps", un invento argentino que no es otra cosa que un señalador magnético de página y renglón que se adhiere a las hojas sin moverse.
Éste, de fondo azul, trae por delante la imagen del pesebre y una inscripción -"En Belén nació Jesús, en Belén nació la Luz"- y por detrás está la silueta de los tres Reyes Magos en caravana hacia el nacimiento.
Un señalador sirve para marcar. Guía la lectura. Permite seguir el hilo. A veces utilizamos varios señaladores para marcar distintos puntos importantes en un texto, lo que nos ha tocado, lo que nos ha llegado más, aquello que intuimos que deberemos volver a leer en algún momento.
Nuestra vida es también un libro, uno inacabado, que se escribe día a día, lleno de marcas y señaladores.
Desde el prólogo, nuestras páginas vienen marcadas por el Dios de la Vida. Y más que marcadas: Él mismo escribe en nuestros renglones, edita nuestra historia, corrige para perfeccionarla, procura la belleza del relato y el desenlace feliz... sin restar en nada a nuestra libertad como protagonistas.
Es el Autor del Libro de la Vida, de nuestra vida. Y pone en Él su sello.
Hay un bello salmo, el 139, un verdadero canto al abismo insondable de la sabiduría de Dios, que todo lo conoce de la criatura a quien ama, cada una de sus páginas, incluso antes de su nacimiento: "Tú conocías hasta el fondo de mi alma y nada de mi ser se te ocultaba, cuando yo era formado en lo secreto, cuando era tejido en lo profundo de la tierra. Tus ojos ya veían mis acciones, todas ellas estaban en tu Libro; mis días estaban escritos y señalados, antes que uno solo de ellos existiera".
Dios escribe, con letra clara, firme, indeleble. Escribe en el corazón de su pueblo el contenido de su alanza de amor con él para que todos y cada uno conozcan este pacto: "Esta es la alianza que yo pactaré con Israel en los días que están por llegar, dice Yavé: pondré mi ley en su interior, la escribiré en sus corazones, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que enseñarle a su compañero, o a su hermano, diciéndoles: «Conozcan a Yavé.» Pues me conocerán todos, del más grande al más chico, dice Yavé; yo entonces habré perdonado su culpa, y no me acordaré más de su pecado" (Jeremías 31, 33-34).
El apóstol Pablo les dice -escribe- a los cristianos de Corintios algo muy hermoso, que ellos son una "carta" -texto- escrita por el propio Señor: "Evidentemente ustedes son una carta que Cristo escribió por intermedio nuestro, no con tinta, sino con el Espíritu del Dios viviente, no en tablas de piedra, sino de carne, es decir, en los corazones" (2 Corintios 3, 3).
Necesitamos de la Luz que se hizo visible en Belén para poder leer la letra de Dios y dejarnos guiar por sus marcas y señaladores...
Necesitamos de su Sabiduría infinita para interpretar nuestro propio libro... Y para saber leer en los demás la poesía de Dios, la belleza que deja su pluma en los relatos de tantos hombres y mujeres que se vuelven "cartas de Cristo".
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