Este pesebre me lo regaló en septiembre de 2022 mi compañero de trabajo Rodrigo García Melero y es de su tierra, Calatayud, una ciudad de la provincia de Zaragoza, Aragón, en España. Es un belén de cerámica pintado a mano, con las figuras de María, José y el Niño vestidos con los trajes típicos baturros, propios de los campesinos aragoneses.
Como fondo de la escena está el Castillo Mayor de Ayub, fortaleza de Calatayud de finales del siglo XI considerada el castillo árabe más antiguo de la península ibérica.
Santa Teresa de Jesús no parece haber andado por tierras bilbilitanas, pero me gusta pensar que alguna vez habrá escuchado o leído sobre esta fortaleza y quizás traerla en el pensamiento a la hora de utilizar la imagen del castillo en su libro de las Moradas.
Allí dice santa Teresa de Jesús que el alma es como un castillo interior de diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos. La puerta para entrar en este castillo de la interioridad del alma es la oración, el trato de amistad con Dios.
En este castillo de gran hermosura vive un rey -Dios, al que Teresa llama cariñosa y reverentemente "Su Majestad"- que tiene su aposento y deleite en las almas. Hay muchas moradas dentro de este castillo, pero solo en una, la séptima, ubicada en el centro y mitad de todas -nuestro más profundo ser-, es "adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma".
Santa Teresa ha hecho de su castillo interior sitio privilegiado para contemplar "la divina Humanidad de Cristo", incluyendo a Jesús Niño recostado en el portal de Belén, punto de partida de su entrega total por nosotros.
El Niño al que Santa Teresa canta en sus villancicos -publicados junto a sus poesías- es el misterio del Dios omnipotente hecho "nuestro pariente" que nos viene a redimir, el Hijo de Dios Padre que "viene pobre y despreciado", que "deja su señorío" y "riqueza" para, por "fuerte amorío", venir a padecer como inocente.
"Mire que le mira". Sí, Teresa también nos invita a mirar a este Niño que, llorando, nos llama y mendiga nuestro amor: "Que le ames, pues te quiere, y por ti está tiritando".
¿Es el Rey del castillo interior el mismo Divino Infante? ¿Y si la recámara nupcial de la séptima morada, la del matrimonio espiritual entre Dios y el alma, fuera el humilde pesebre?
Teresa no lo plantea literalmente así, pero...
En enero de 1577 Teresa comparte estos versos en una carta a su hermano Lorenzo de Cepeda:
"¡Oh hermosura que excedéis
a todas las hermosuras!
Sin herir dolor hacéis,
y sin dolor deshacéis
el amor de las criaturas.
¡Oh ñudo que así juntáis
dos cosas tan desiguales!
No sé por qué os desatáis,
pues atado fuerza dais
a tener por bien los males.
Juntáis quien no tiene ser
con el Ser que no se acaba:
sin acabar acabáis,
sin tener que amar amáis,
engrandecéis nuestra nada".
Para cuando recoge este poema en la carta su hermano Lorenzo, Teresa lleva poco más de cuatro años viviendo la gracia del matrimonio espiritual, la unión plena y permanente de Dios y el alma que en pocos meses más describirá en la séptima morada del castillo interior al escribir el libro de las Moradas.
Lo curioso es que en su carta Teresa no llama a estos sublimes versos sobre la unión con Dios como copla o poesía sino como... villancico. Sí, un canto al Niño que reina en su castillo interior.
Hermoso 🎶🎶🎶👏🏻
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