Ceferino nació el 26 de agosto de 1886 en Chimpay, en la Patagonia argentina, en las tolderías de su padre, Manuel Namuncurá, cacique mapuche.
Bautizado por un misionero salesiano en la Navidad de 1888 y nacido en medio de un pueblo atravesado por el dolor, a los 11 años, Ceferino, que muy tempranamente dio señales de poseer un corazón sensible a los demás, dijo a su padre: "Me duelen los infortunios de nuestra gente, quiero hacer algo. Quiero estudiar para ser útil a mi gente".
Ese amor a los suyos, a su pueblo, lo llevará lejos. Y el descubrimiento y la amistad con el Dios vivo, más lejos aún.
Recaló en Buenos Aires. Ingresó en septiembre de 1897 en el colegio Pío IX, pegadito a la actual Basílica de María Auxiliadora. Un año después hizo su primera comunión. Muy pronto, en la Eucaristía y las visitas cotidianas al Santísimo, forjó una amistad profunda con Jesús.
En el Señor, Ceferino descubrió a un Dios encarnado capaz de dar hasta la vida por los suyos. Si Ceferino sentía el deseo de "hacer algo" por su gente, su pueblo, por aquellos a los que podía llamar "los míos", en Jesús encobtró el camino a seguir.
Jesús mismo habló de nosotros como los suyos, los que le fueron encomendados por el Padre. Se hizo cargo de nosotros como propios, con verdadero celo y amor de entrega total. Y ese fuego arde en el corazón sacerdotal de Cristo: "Padre, he manifestado tu Nombre a los hombres: hablo de los que me diste, tomándolos del mundo. Eran tuyos, y tú me los diste... Yo ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que son tuyos y que tú me diste -pues todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo mío-... Cuando estaba con ellos, yo los cuidaba en tu Nombre, pues tú me los habías encomendado" (Juan 17, 6-12).
Una chispa de ese fuego prendió en el corazón de Ceferino. Los suyos comienzan a ser ya no solo los de su pueblo sino también sus compañeros de colegio. A ellos les habla de Dios y se ofrece como auxiliar catequista para los chicos del oratorio del Colegio San Francisco de Sales.
Y así el fuego fue creciendo y moldeando su vocación sacerdotal y misionera: "Me haré salesiano y un día iré a enseñar a mis hermanos el camino del cielo, como me lo enseñaron a mí".
Ceferino enfermó de tuberculosis. Siempre buscó sobreponerse, seguir con sus estudios, con mucho esfuerzo y dedicación, para poder, cuanto antes, consagrarse a Dios y servir a los suyos.
"¡Qué dicha la de poder llegar a ser sacerdote! Entonces volvería a mis tierras a enseñar a tantos paisanos míos a conocer y amar a Dios!".
Buscando sanar, fue llevado a Uribelarrea, Viedma y, finalmente, Roma, donde murió el 11 de mayo de 1905.
Que el Señor, que se hizo Niño para venir a los suyos, nos conceda, con la intercesión de Ceferino, la gracia de descubrir quiénes son los nuestros, aquellos que nos son encomendados, confiados, para acercarlos a Dios.
Que un día, al decir "los míos", arda en tu corazón y en el mío el mismo fuego que movió a Ceferino, ése que en este mundo comenzó a llamear en un pesebre...
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