Santa Teresa de Lisieux es quizás una de las que mejor se apropió de este "plan perfecto" de la pequeñez.
Teresa siempre tuvo bastante claro que quería ser santa, y una de las grandes. Pero pronto se descubrió muy pequeña para tan grande aspiración. Impotencia, debilidad, imperfección, inmadurez... todo eso causa contrariedad en el adulto, pero para el niño es parte de su condición natural y Teresa aprendió a reconocerse así, como una niña, pero una niña amada y cuidada por su Padre Dios y "sacó ventaja" de su condición de niña para asegurarse la santidad tan deseada como puro regalo del amor misericordioso de su Padre. Es decir, hizo de su "caminito" de la infancia espiritual un plan, un plan deliberado de vida que se empeñó en seguir hasta el último minuto, cuando con 24 años y poco más de nueve en el Carmelo murió por tuberculosis.
"Que no piensen que, si me curo, eso me va a desconcertar o desbaratar mis humildes planes. ¡En absoluto! La edad no es nada a los ojos de Dios, y yo me las arreglaré para seguir siendo una niña aunque viva mucho tiempo", afirmaba Teresita en mayo de 1897, cuatro meses antes de morir.
Teresa se define en infinidad de veces como "demasiado pequeña" -"soy demasiado pequeña para hacer obras grandes"-, pero llega a descubrir que su pequeñez atrae la misericordia de Dios... A los niños pequeños se los perdona, se los cuida, se los lleva de la mano, se los alza en brazos, se les mima, se les hacen regalos, se los alimenta todos los días... y Dios Padre obra así con los que son como niños.
Una noche de agosto de 1897, pocas semanas antes de la muerte de Teresa, su hermana Paulina, también carmelita, le preguntó qué quería decir con eso de "ser siempre una niñita delante de Dios". Ésta fue su respuesta:
"Es reconocer la propia nada y esperarlo todo de Dios, como un niñito lo espera todo de su padre; es no preocuparse por nada, ni siquiera por ganar dinero. Hasta en las casas de los pobres se da al niño todo lo que necesita; pero en cuanto se hace mayor, su padre se niega ya a alimentarlo y le dice 'ahora trabaja, ya puedes arreglártelas tú solito'. Precisamente por no oír eso, yo no he querido hacerme mayor, sintiéndome incapaz de ganarme la vida, la vida eterna del cielo. Así que seguí siendo pequeñita, sin otra ocupación que la de recoger flores, las flores del amor y del sacrificio, y ofrecérselas a Dios para su recreo. Ser pequeño es también no atribuirse a sí mismo las virtudes que se practican, creyéndose capaz de algo, sino reconocer que Dios pone ese tesoro en la mano de su hijito para que se sirva de él cuando lo necesite; pero es siempre el tesoro de Dios. Por último, es no desanimarse por las propias faltas, pues los niños caen a menudo, pero son demasiado pequeños para hacerse mucho daño".
"Mi alegría es ser pequeña,
permanecer pequeña,
así, si alguna vez en el camino caigo,
me levanto enseguida,
y mi Jesús me toma de la mano.
Y colmándole entonces de caricias,
le digo que Él es todo para mí...".
Santa Teresa del Niño Jesús,
"Mi alegría", 1897
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