En octubre de 2018 fui con mis padres unos días a Mar del Plata (Argentina). Mi papá comentó que de chico lo llevaban a un sitio cerca del puerto donde había un pesebre enorme cuyas piezas se movían... "¡¿Cómo no me lo constate antes?!".
Buscamos y fuimos. El pesebre forma parte del complejo de la Gruta de la Virgen de Lourdes, réplica de la de Francia, que en Mar del Plata está junto a una iglesia, un hogar para ancianos y enfermos y la Ciudad de Belén. Toda esta obra fue fundada en 1937 por sor Concetta Gherzi, a quien llamaban "la Mamma", religiosa de las Pequeñas Hermanas de la Divina Providencia.
Como la gruta, la Ciudad de Belén fue también una idea de la Hermana Concetta. El sitio, un espacio cerrado bastante amplio, fue fundado en 1950 y alberga construcciones a escala de Belén y Jerusalén, con la escena del nacimiento de Jesús como centro de todo el conjunto, que fue diseñado por Pablo Pruneda.
Muchas de las figuras se mueven por un sistema mecánico que se activa con fichas. También tiene música, juegos de luces y caídas de agua...
Cuando lo visité, quedé boquiabierta. Aún con el paso de los años, todo el conjunto inspira piedad, ternura, ilusión... me sentí como un niño más ahí y comprendí por qué mi papá guardaba ese recuerdo tan lejano de su infancia.
El sitio es cuidado por Andrea, quien, además, poco a poco, con paciencia e ingenio, va reparando y restaurando las antiguas piezas de este tesoro escondido a orillas del Atlántico.
Una de las cosas que más me impactó de este pesebre es su movimiento. El movimiento es vida, vida en acto, y además algo muy propio de Jesús...
Leí por ahí -e ignoro si el cálculo es preciso- que Jesús caminó cerca de 34.634 kilómetros, desde su infancia y hasta el final de su vida pública. Eso es casi como dar la vuelta al mundo... ¡Vaya si se movió!
En ese movimiento, de camino, salió al encuentro de tantos, conoció y llamó a sus apóstoles, les enseñó, anunció el Reino, curó, convirtió, oró... se entregó. Surcó el Mar de Galilea de orilla a orilla. ¡Hasta caminó sobre las aguas! Y, resucitado, salió al encuentro de sus discípulos, en un camino, a la altura de Emaús.
Moverse fue una forma de enseñarnos... no sólo que es necesario caminar, andar, físicamente, para llegar a los demás, sino y, principalmente, que tenemos que salir de nosotros mismos, de nuestra comodidad, "desinstalarnos" para ir al encuentro de otras realidades... Servir, dar -darse-, amar implica siempre un movimiento.
Jesús envió a sus discípulos... "Vayan"... pero primero les enseñó a hacerlo con su propio ejemplo y, como buen Maestro, en la práctica, llevándolos consigo.
Jesús se mueve y mueve. Apenas se había hecho carne en el seno de María y ya la estaba impulsando a moverse: " María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña..." (Lucas 1, 39).
Y nos envió al Espíritu Santo, que nos mueve, nos impulsa...
El Señor nos quiere en movimiento, como Él y con Él.
"Lo que Dios desea de ti: simplemente que practiques la justicia, que ames la misericordia, y que camines humildemente con tu Dios" (Miqueas 6, 8).
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