Este pesebre me lo regaló Dora, mamá de mi amiga Marina Guilén, quien me lo trajo desde Ibi (España) en mayo de 2018. Es de madera, traído desde Belén, Tierra Santa.
Desde que llegó a mis manos, supe que se lo quería dedicar a alguien que hubiera vivido en la ciudad natal de Jesús. Y finalmente elegí a Mariam Baouardy, santa María de Jesús Crucificado (1846-1878), fundadora del Carmelo de Belén, donde vivió los últimos tres años de su vida, y cuya historia es fascinante.
Mariam, la "pequeña árabe" como la llaman muchos, nació en una pequeña aldea de Galilea. Quedó huérfana siendo una niña y su vida estuvo marcada por el sufrimiento, siempre vivido a la luz de la fe. Padeció el martirio siendo casi una adolescente y salvó su vida gracias a los maternales cuidados de la Virgen.
Oriente Medio, Francia, la India... escenarios de una vida de tan solo casi 33 años atravesada por gracias extraordinarias y signada por la unión con Cristo crucificado.
No son, sin embargo, los fenómenos místicos los que han definido su vida de santidad, sino sus virtudes y, entre ellas, la que más me ha cautivado es la de la humildad.
Mariam se llamaba a si misma la "pequeña nada", no con desprecio, sino con la serena aceptación de lo que somos ante el Todo de Dios. Sostenía que la santidad no está ni en la oración, ni en las visiones y revelaciones, ni en las penitencias sino en la humildad.
"La humildad es la paz... El alma humilde es reina. Es siempre feliz. En la lucha, en el sufrimiento, se humilla, cree merecer lo peor, no pide algo mejor, y permanece siempre en paz... El orgullo es el que da turbación. El corazón humilde es el vaso, es el cáliz que contiene a Dios", afirmó.
La humildad la aprendió del Maestro que es "humilde de corazón". En una de sus visiones, Mariam vio a un hombre de gran majestad, que parecía un rey amo de todo el mundo, aunque muchos se negaban a reconocer su poder. Mariam sintió en ese momento un gran amor por Dios, un gran deseo de servirle y de ser "perfecta" ante la ingratitud de aquellos que no amaban al Rey.
"¡Pero me vi tan lejos de la perfección! Una voz me dijo: 'mira en la naturaleza: los árboles no crecen en un día'. Me mostró un árbol que daba frutos malos: cortó las ramas, lo trasplantó, le colocó buena tierra alrededor del pie, lo cuidó con paciencia, cuando llegó el momento el árbol comenzó a dar fruto. El hombre duplicó el cuidado y el árbol, cada año, trajo un poco más de frutos. El hombre me miró y me dijo: 'quiero que seas como este árbol: no quiero que fructifiques de inmediato, sino a tiempo'. Sentí una gran confianza y mi corazón estaba inflamado de amor por Dios, con el deseo de amarlo, de vivir solo para Él...".
Otro día, suplicó al Señor que le fortaleciera en la verdad, haciéndole reconocer el orgullo y la humildad. "Vi que el orgullo es la fuente de todos los pecados y la humildad, la fuente, la base de todas las virtudes. El orgullo arruinó al ángel más hermoso, por eso cayó. Si se hubiera humillado, le hubiera atribuido a Dios todo lo que era, se habría vuelto aún más hermoso. El orgullo lo convirtió en un demonio (...). El orgullo nos pierde a todos, por orgullo la voluntad del hombre se vuelve contra Dios. El alma humilde se convierte en luz, vive en la verdad, alcanza a Dios y Dios baja a ella (...). Dios está listo para perdonar a un pecador que se humilla a sí mismo, mira con más amor al alma que regresa a Él con humildad que al alma fiel que se complace en sus virtudes. Ésta está en riesgo de perderse por el orgullo, mientras que el pecador obtiene misericordia al humillarse".
En otra visión contempló un jardín lleno de frutos. "En la puerta del jardín había fuego, y los que querían entrar para recoger algo tenían que cruzar este fuego. Vi un alma que tomó agua y, a través de ella, pasó en medio del fuego sin quemarse, entró en el jardín y recogió sus frutos. Otros, por el contrario, en lugar de tomar el agua, recogieron madera y paja y la arrojaron al fuego que ardía más, y estas almas ardían aún más cada vez que intentaban penetrar en el jardín. Por recoger frutos, no pensaron en sus quemaduras. No entendí nada de lo que vi. De repente, vi al maestro del jardín mirando a quienes pasaban por el fuego y le pedí una explicación. Él respondió: 'Mira las almas que siempre traen agua con ellas: este agua es la humildad. Humildad, aquí está la verdadera fuente de las virtudes. El alma humilde siempre lleva agua con ella; de este modo no siente el fuego, que es la imagen de las humillaciones, de las pruebas, del sufrimiento, de la persecución, del desprecio, de la calumnia. Todo cae sobre esta alma y le dice con desprecio: eres malo, imperfecto, orgulloso, perezoso, desobediente, no tienes caridad, no eres bueno ... Todo esto es el fuego que se debe cruzar para recoger los frutos del jardín. Cuanto más atraviesas este fuego, más frutos recoges. Con el agua de la humildad, todo vuelve en beneficio del alma. En cambio, las almas que carecen de este agua encuentran el fuego en todas partes y arden con egoísmo, lo que significa que siempre piensan en sí mismas y nunca entran en esa simplicidad que Dios requiere para la salvación. Debemos ser como niños para entrar en el Reino de los Cielos. Estas almas también pueden practicar muchas virtudes externas, pero si no se esfuerzan sobre todo para adquirir humildad, nunca serán agradables a Jesús, mientras que aquellas que procuran adquirir humildad, aunque hayan pecado mucho, encontrarán la gracia delante de Dios'".
En otra visión observó muchos rosales que tenían flores y a otro, solitario, pero más verde, más florido, más bello... "Un hombre, que parecía ser el Señor, vino, tomó este jardín de rosales con flores y lo puso en una noche oscura. No más sol para este jardín de rosas, no más rocío, no más alegría... Las ramas están curvadas, las hojas amarillentas, la rosa se ha marchitado: estaba casi muerta. Los otros rosales, que devoran el rocío, el sol, la luz, dijeron: 'debemos extirpar este rosal, que está seco por falta de agua y sol; sus hojas son amarillentas... erradicarlo, erradicarlo'. El dueño del jardín les respondió: 'Me dices que saque de raíz este rosedal, porque ya no produce rosas y sus rosas se han marchitado. No entiendes que, si fueras como él, si estuvieras privado de agua para refrescarte y de sol para calentarte, ya estarías reducido a polvo. Espera, ¡y ya verás!' Algún tiempo después, el Señor sacó a este rosal de su profunda noche y lo regó, y el jardín de rosas floreció más hermoso que nunca: las rosas han florecido y el aroma de este jardín de rosas ha regocijado a todos los que lo han visto y, así, han bendecido al Señor".
La "pequeña nada", que apenas sabía leer en francés, que siempre optaba por los trabajos más rudos con una sonrisa, fue el medio del que se valió Dios para una empresa grande, como la fundación y construcción de un Carmelo en Belén, sobre la colina donde el "pequeño" David fue ungido rey. No hay mejor sitio para aprender la ciencia del "abajarse", el arte de la humildad, a imitación de Quien hizo de esas tierras su cuna.
"Le pregunto al Altísimo: ¿Dónde vives? Él me responde: busco cada día un nuevo hogar, nacer nuevamente en una gruta, un hogar humilde. Soy feliz en un alma abajada, en un pesebre. Le pregunto siempre a Jesús dónde mora: en una gruta... ¿sabes cómo he aplastado al enemigo? Naciendo tan abajado...".
"Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón".
Mateo 11, 29
"Lo que Dios desea de ti: simplemente... que andes humilde con tu Dios".
Miqueas 6, 8
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