Este pesebre me lo regaló mi papá en mayo de 2017. Fue comprado en la librería Nuestra Señora del Carmelo, en Buenos Aires, pero es original de Filipinas.
Está hecho con materiales diversos, como madera, tela, fibra vegetal y metal, y las imágenes son de estilo clásico.
De este conjunto -delicado, sencillo, armonioso-, me cautiva la figura de la Virgen. Aparece realzada por una aureola de piedras resplandecientes, una corona de estrellas... mientras Ella, humildísima, se postra, se abaja, se inclina sobre su Jesús, el Hijo de Dios.
La coronada de estrellas es la Virgen del pesebre. Es María, quien en tantísimas de sus advocaciones es representada rodeada por estrellas.
Es una imagen que recuerda a la "mujer vestida de sol" de Apocalipsis, un pasaje que se lee en la liturgia de la Palabra correspondiente a la solemnidad de la Asunción de la Virgen María: "Se abrió en el cielo el santuario de Dios y en su santuario apareció el arca de su alianza. Después apareció una figura portentosa en el cielo: Una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas. Apareció otra señal en el cielo: Un enorme dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos y siete diademas en las cabezas. Con la cola barrió del cielo un tercio de las estrellas, arrojándolas a la tierra. El dragón estaba enfrente de la mujer que iba a dar a luz, dispuesto a tragarse el niño en cuanto naciera. Dio a luz un varón, destinado a gobernar con vara de hierro a los pueblos. Arrebataron al niño y lo llevaron junto al trono de Dios. La mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar reservado por Dios. Se oyó una gran voz en el cielo: «Ahora se estableció la salud y el poderío, y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo»" (Apocalipsis 11,19a;12,1.3-6a.10ab).
Es cierto que muchos ven en las doce estrellas de la corona de la "mujer vestida de sol" una imagen de los doce apóstoles.
Pero hay otras interpretaciones, como la de san Bernardo de Claraval, que entiende estas doce estrellas como las doce "prerrogativas" o gracias con las que la Virgen ha sido distinguida en modo singular.
Para el santo abad, las doce estrellas con que la real diadema de María resplandece sobre todos pueden agruparse en prerrogativas del cielo, prerrogativas del cuerpo y prerrogativas del corazón.
Las enumera así san Bernardo: "Para mí brilla un singular resplandor, primero, en la generación de María; segundo en la salutación del ángel; tercero, en la venida del Espíritu Santo sobre ella; cuarto, en la indecible concepción del Hijo de Dios. Así, en estas mismas cosas también resplandece un soberano honor, por haber sido ella la primiceria de la virginidad , por haber sido fecunda sin corrupción, por haber estado encinta sin opresión, por haber dado a luz sin dolor. No menos también con un especial resplandor brillan en María la mansedumbre del pudor, la devoción de la humildad, de magnanimidad de la fe, el martirio del corazón".
Son todas "estrellas" que, como los misterios del Rosario, nos invitan a meditar, una a una, en estas gracias de la Virgen, Reina del Cielo, y, particularmente, a aprender de su mansedumbre y humildad... ¡Cuánto más brilla y resplandece su corona en la sencillez y la pobreza del pesebre!
Hermoso!
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