Esta foto la tomé en julio de 2016 en la Basílica del Santísimo Sacramento, de Buenos Aires.
No hay más que contemplar ese rostro inocente y dulce del Niño Jesús y escuchar en el corazón lo que nos dice: "Esto es mi Cuerpo".
Muchas veces he pensado que, si bien el Niño recién nacido no podía hablar, su sola disposición en el pesebre, acostado sobre pajas, pobre, pequeño, vulnerable, expuesto a la adoración de los humildes pastores, quizás con los brazos extendidos como todo bebé que quiere ser alzado, abrazado por otro, era ya un mensaje anticipado de su Eucaristía: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes".
Porque Jesús se nos ofrece en la Eucaristía así, mas pequeño que el más pequeño de los niños, humildísimo, puro, inocente, frágil...
Con sus brazos extendidos, siempre invitando, siempre pidiendo que lo recibamos en libertad y por amor, nunca imponiéndose... arriesgándose a nuestro rechazo, nuestra indiferencia...
No hay palabras para un misterio tan grande como la grandeza del Hijo, verdadero Dios y verdadero Hombre, que se entrega y se nos entrega, que nos da Vida y es presencia y compañía, hecho Eucaristía.
"Acuérdate de que, subiendo al Padre,
no podías dejarnos aquí huérfanos,
y haciéndote en la tierra prisionero
supiste velar bien tu resplandor divino.
Pero es pura y radiante la sombra de tu velo,
Pan vivo de la fe, alimento celeste.
¡Oh misterio de amor!
¡Mi pan de cada día,
Jesús, eso eres tú!"
Santa Teresa del Niño Jesús,
"Jesús, Amado mío, acuérdate" (1895).
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