Este llavero me lo regaló mi mamá en mayo de 2016. Tiene la imagen de un pesebre y lo puse con las llaves de mi casa.
Dar las llaves del propio hogar a alguien implica un acto de confianza. También de cesión del dominio absoluto sobre ese lugar. Ahora alguien más podrá entrar y salir cuando quiera, tendrá libertad para hacer y deshacer...
Si Dios habita en nuestro corazón -o por lo menos aspiramos a que no sea un huésped de paso- es justo que tenga las llaves de nuestra vida. Confiarnos a su voluntad, permitirle que disponga de nosotros y que "acomode" nuestro corazón como lo hace un dueño de casa.
Santa Gertrudis de Helfta, a quien se representa con un Niño Jesús en su corazón, cuenta que una vez le ofreció al Señor que descendiera a la morada de su corazón. Y Jesús le respondió: "Si me das esa libertad, dame la llave de tu voluntad propia".
La imagen de la "llave de la voluntad" también está presente en los escritos de santa Teresa de Jesús. Es el "darse del todo al Todo" en el que mucho insiste.
En su "Libro de la vida", santa Teresa sostiene que quien entrega esta "llave" a Dios ya "no quiere hacer cosa, sino la voluntad del Señor", ni "quiere cosa propia, sino que haga de todo conforme a su gloria y a su voluntad".
"Tengo para mí que un alma que allega a este estado, que ya ella no habla ni hace cosa por sí, sino que de todo lo que ha de hacer tiene cuidado este soberano Rey", dice más adelante Teresa.
Darle las llaves y que venga a nosotros su Reino hasta un día poder decir con san Pablo: "Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20).
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