Este Niño está en uno de los altares laterales de la Basílica de Santo Domingo, de Buenos Aires.
Lo elegí para este Domingo de Pascua porque su figura inocente, revestida de blancura y con el cayado de la Cruz victoriosa, me habla de Jesús Resucitado.
Pero más me dicen de su resurrección esos sus ojos, llenos de vida, de ternura, de paz, de misericordia... Pupilas de brillo delicado en las que se dibuja la Vida verdadera por Él conquistada y por Él dada...
¡Qué en esta Pascua nos descubramos vivos en la mirada del Resucitado!
"La muerte ha madurado de ternura
tu rostro, luz de Dios, semblante humano;
el paso por la Cruz ha embellecido
tus ojos, tus mejillas y tus labios.
Y ahí estás, Jesús, para mirarte,
del Padre y del Amor icono exacto;
mirarte es comunión y paraíso,
perdidos en tu faz, por ti mirados.
Tu imagen es presencia y sacramento,
el don total de Dios en ti donado;
tu frente es el reflejo del Espíritu,
tus ojos son el Padre remansado.
Con cuerpo de una Virgen tú naciste,
y en ese cuerpo Dios está entrañado,
mas luego de tu muerte eres más cuerpo,
de Dios perdón, purísimo regalo.
Tus ojos y los nuestros se han fundido,
oh Dios a quien miramos y adoramos,
oh dulce rostro, pasto del amor,
en esa tu mirada, Amado, báñanos.
¡Exhausto manantial manante siempre,
oh rostro del secreto revelado,
deleite de pupilas, oh Jesús,
a ti el amor hermoso en nuestro canto! Amén".
Himno pascual, de Rufino María Grández, capuchino.
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