Este pesebre lo compré en octubre de 2015 en una tienda de productos decorativos de madera para pintar, en Buenos Aires.
Es un fanal de madera y la figura del nacimiento está calada por los cuatro lados. Con una vela encendida dentro, la luz se proyecta a través del pesebre.
Es una pieza sencillísima, pero el efecto que produce me parece una de las mejores metáforas para resumir el misterio de la Encarnación.
Dios es Luz. "Señor Dios mío ¡qué grande eres! Te revistes de belleza y esplendor. Te vistes de luz como de un manto", canta poéticamente el salmo 104.
Impacta las muchas veces que en el Antiguo Testamento se habla de la luz divina, del resplandor de Dios que atrae y orienta. Y, al mismo tiempo, impone un reverente temor, el de morir por ver la luz de Dios. Hay escenas de Moisés y Elías cubriéndose el rostro ante la presencia de Dios...
Impacta más que Dios, siendo esta Luz de gloria a la que nadie se atrevía a mirar de frente, haya querido venir a nosotros, no para darnos muerte por tan solo verla, sino a darnos Vida verdadera.
Dice Juan en el inicio de su Evangelio que, en Jesús, la "luz verdadera que ilumina a todo hombre" vino al mundo, un mundo en tinieblas.
Pero no todos recibieron esta luz.
Sin embargo, a quienes acogieron esta luz y creyeron en ella "los hizo capaces de ser hijos de Dios" y ser ellos mismos "luz del mundo".
No se trata de un simple juego de palabras.
Ya no tenemos que taparnos el rostro ante Dios. Podemos mirar de frente a Jesús: Él nos descubre la Luz del Padre.
Con toda verdad, podemos decirle al Niño del pesebre: "tu luz nos hace ver la luz" (salmo 35).
Dios quiso ser Dios-con-nosotros, quiso que lo experimentáramos hombre como nosotros, hermano, cercano, con una luz que no mata sino que da vida.
Es como si desde el pesebre nos gritara: ¡Eh, mírenme, déjense iluminar por mi que no les voy a hacer daño... soy un Niño!
Toda una invitación a no taparnos el rostro, a no escondernos de su luz... A acercarnos a Él con confianza, para que ilumine cada rincón de nuestra vida, cada gesto, cada anhelo, cada decisión...
¿Puede algo tan sencillo como un pesebre dejarnos ver la Luz de Dios?
Puede. Ve y verás...
¡Qué su luz nos haga ver la luz!
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