Manzana deliciosa. Así es la forma de este pesebre de cerámica tan llamativo, que compré en mayo de 2015 en la villa turística de La Cumbrecita, en la provincia argentina de Córdoba.
Cantan los salmos que el alimento que Dios da a sus fieles es delicioso. "Se sacian con la abundancia de tu casa, les das a beber en el río de tus delicias", dice el salmo 35. "Mi alma quedará saciada como con un manjar delicioso y mi boca te alabará con júbilo en los labios", se adelanta quien ardientemente busca a Dios, en el salmo 62.
Canto que recrea el alma enamorada de su Dios en el Cantar de los Cantares, donde la Amada describe a su Amado como un manzano que, en medio de los árboles silvestres del campo y bajo el tórrido sol del mediodía, le ofrece la frescura y la protección de su sombra y la dulzura de sus frutos: "Como un manzano entre los árboles silvestres es mi amado entre los jóvenes: yo me senté a su sombra tan deseada y su fruto es dulce a mi paladar" (Cantar 2,3).
En la contemplación amorosa, en el encuentro íntimo con el Señor, el alma experimenta que el paladar de su Amado "rebosa dulzura y todo en Él es una delicia" (Cantar 5,16).
El alma enamorada se deja alimentar por las delicias que le da su Dios. Y ya no querrá otro sustento. Lo que otrora le parecía manjar ahora le sabrá a nada. Está "enferma de amor" y no encuentra remedio ni alimento si no tiene el sabor de su Señor. Por eso suplica: "reanímenme con manzanas" (Cantar 2,5).
Y la Amada se alimenta de este fruto, que en ella va dejando el gusto dulce, el perfume delicado de Dios... hasta que el Amado puede con gozo reconocerlo en ella: "¡tu aliento es como aroma de manzanas!" (Cantar 7,9).
"Sea el Señor tu delicia y Él te dará lo que pide tu corazón".
Salmo 36
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