Este pesebre no es comprado ni regalado. Es heredado.
Lo compró a finales de 2013 mi amiga y entonces compañera de trabajo Alida Juliani y lo trajo a la oficina para acompañarnos en el Adviento y la Navidad de ese año.
Es un pesebre de cerámica, pequeño, de siete piezas, de rasgos indígenas.
El pesebre volvió a acompañarnos en el Adviento de 2014. Fue un tiempo difícil para todos, marcado por la partida de nuestra querida Alida, quien antes de marcharse me confió el pesebre.
Pasó la Navidad y pedí no desarmarlo.
Al regresar en febrero de unos días de vacaciones el pesebre ya no estaba... Nadie sabía qué se había hecho de él... Viendo mi angustia, todos colaboraron en la búsqueda. Pero nada.
Ya dándolo por perdido, dos días después lo encontré en una bolsa... ¡Qué alivio!
Decidí armarlo en mi escritorio y que allí se quede, conmigo, con todos...
Allí está entre papeles, lapicero, teléfono, grabadora, ordenador... En nuestro día a día...
Lo miro y me recuerda la alegría de Alida.
Me roba una sonrisa en momentos de trajín.
Me dice que Jesús también está conmigo allí, trabajando a mi lado. Me recuerda que Él también trabajó, que siendo Dios se hizo Hombre, asumiendo también nuestra condición de tener que ganarnos el pan de cada día.
Y cuando me canso, le doy una mirada y me devuelve ánimo pensando que Jesús también conoció la fatiga.
Veo la honestidad, el tesón y la dignidad con que trabajan mis compañeros y me digo: ¡ellos son el taller de Nazaret que Dios me regala!
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