Este pesebre lo compré en noviembre de 2014 en Miraflores, Lima, Perú.
Es una gallina de cerámica, con coloridos motivos, que, como bajo un ala invisible, guarda las figuras del pesebre.
Es consolador pensar que así nos desea cobijar Dios, como una gallina que cubre a sus pollitos con sus alas.
Este anhelo paternal-maternal lo experimentó el propio Jesús cuando, apesadumbrado por la falta de conversión de muchos de su pueblo, exclamó: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los enviados, cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina reúne a los pollitos bajo sus alas; y tú no quisiste!" (Lucas 13,34, Mateo 23,37).
Es un lamento lleno de amor, propio de quien siempre espetará a sus hijos, como el padre del hijo pródigo, porque le resulta contrario a su naturaleza el cerrar su corazón, el dejar de ofrecer sus alas.
¿Qué hay bajo las alas de Dios? Hay escondite, hay refugio, hay sombra y calor, hay protección, descanso.
Es un sitio para abrirse a la confianza propia de un niño -un pollito- que sabe que su madre no le hará faltar nada, aunque él no sepa lo que realmente necesita, pero dando por descontado que quien le ha dado vida sí lo sabe y se lo proveerá.
Y es un regazo de fraternidad pues bajo esas alas infinitas siempre habrá hermanos con quienes compartir el calor que estas plumas nos dan.
"El que habita al amparo del Altísimo
y duerme a la sombra del Todopoderoso,
diga al Señor:
'Tú eres mi refugio y mi alcázar,
mi Dios en quien confío'.
Sólo Él te librará de la red
y te defenderá de la peste funesta;
te cubrirá con sus plumas
y bajo sus alas te refugiarás".
Salmo 91
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