Esta figura de yeso pintado la compré en octubre de 2013 en un bazar de Buenos Aires y fue elaborada por la firma argentina Mercado Hermanos.De finísimos rasgos africanos y vestimenta tribal, María sostiene en brazos al Niño Jesús, cruzándose tiernamente las miradas, mientras José les envuelve con un abrazo protector.
Buscando testimonios sobre cómo se vive la Navidad en el "África negra", encontré un hermoso relato de Felipe Berrios, jesuita chileno, fundador de la organización no gubernamental Techo.
La experiencia que narra tiene como escenario el patio de una parroquia de Mwanza, una localidad muy pobre de Tanzania, donde era costumbre armar para Navidad un pesebre de grandes figuras traído de Italia y que cada año se convertía en atracción para los habitantes del lugar.
Un día poco antes de la Navidad, durante una ceremonia muy concurrida, le pidieron a Berríos que se quedara junto al pesebre para cuidarlo de los niños, curiosos ante las figuras. Para calmarlos un poco, se le ocurrió contarles de qué se trataba aquel montaje. Así captó rápidamente su atención, a pesar de hablar a duras penas el dialecto local.
"Estaba embalado explicándole al ávido público que no se perdía detalles de mi explicación cuando caí en la cuenta de algo que me incomodó mucho. Había partido de los personajes secundarios que adornaban el pesebre, para terminar en Jesús, que era el actor principal de la escena. Cuando le estaba explicando que Jesús era el Hijo de Dios que venía a nacer entre nosotros, me fijé en el niñito Jesús del pesebre. Envuelto en algo como un pañal, era un niñito de piel blanca y gordito. Era rubio, de ojos azules y rasgos occidentales. Yo emocionadamente le estaba señalando que Él era el Hijo de Dios y de pronto me fijo en ellos. Todos de piel negra y la mayoría con sus típicos estómagos deformes por el hambre. Miraban con mucha atención y respeto, casi hipnotizados, a este niñito sonriente, bien alimentado, blanco y rubio que representaba al Hijo de Dios", relata Berrios.
Sin saber qué hacer, terminó rápido su explicación y se fue. Ya no le importaba que el pesebre se pudiera romper.
"Me senté a la cierta distancia, a la sombra, a mirar la escena. Era como ver en esos niños a la humanidad entera sintiéndose tan ajena y distante de Dios. Cuando lo que celebramos en la Navidad era todo lo contrario, era Jesús, el Hijo de Dios que venía hacerse uno de nosotros para que en nuestra propia humanidad halláramos la huella de la Divinidad. Él se hacía como nosotros, se hacía humano, alcanzable para todos. Ese era el sentido más grande de la Navidad: un Dios que vive en la humanidad de cada uno. Un Dios que se nos regala y que nos hace regalarnos de pura alegría. La Navidad no es adorar a un Dios que se ve diferente y lejano a nosotros, la Navidad es celebrar a Dios con nosotros", sostiene Berrios.
Al día siguiente el pesebre amaneció sin el Niño Jesús.
"Se le buscó por todos lados y aún nadie sabe qué pasó con él. Sólo yo y ahora ustedes saben que al Niño del pesebre lo enterré en el jardín. Ojalá que en todo el mundo, en todas las navidades se entierren todas las imágenes que nos representan a un Dios ajeno y distante del ser humano. Todas las imágenes de Jesús que distorsionan lo que es verdaderamente la Navidad deberían estar para siempre enterradas", concluye Berrios.
Buscando testimonios sobre cómo se vive la Navidad en el "África negra", encontré un hermoso relato de Felipe Berrios, jesuita chileno, fundador de la organización no gubernamental Techo.
La experiencia que narra tiene como escenario el patio de una parroquia de Mwanza, una localidad muy pobre de Tanzania, donde era costumbre armar para Navidad un pesebre de grandes figuras traído de Italia y que cada año se convertía en atracción para los habitantes del lugar.
Un día poco antes de la Navidad, durante una ceremonia muy concurrida, le pidieron a Berríos que se quedara junto al pesebre para cuidarlo de los niños, curiosos ante las figuras. Para calmarlos un poco, se le ocurrió contarles de qué se trataba aquel montaje. Así captó rápidamente su atención, a pesar de hablar a duras penas el dialecto local.
"Estaba embalado explicándole al ávido público que no se perdía detalles de mi explicación cuando caí en la cuenta de algo que me incomodó mucho. Había partido de los personajes secundarios que adornaban el pesebre, para terminar en Jesús, que era el actor principal de la escena. Cuando le estaba explicando que Jesús era el Hijo de Dios que venía a nacer entre nosotros, me fijé en el niñito Jesús del pesebre. Envuelto en algo como un pañal, era un niñito de piel blanca y gordito. Era rubio, de ojos azules y rasgos occidentales. Yo emocionadamente le estaba señalando que Él era el Hijo de Dios y de pronto me fijo en ellos. Todos de piel negra y la mayoría con sus típicos estómagos deformes por el hambre. Miraban con mucha atención y respeto, casi hipnotizados, a este niñito sonriente, bien alimentado, blanco y rubio que representaba al Hijo de Dios", relata Berrios.
Sin saber qué hacer, terminó rápido su explicación y se fue. Ya no le importaba que el pesebre se pudiera romper.
"Me senté a la cierta distancia, a la sombra, a mirar la escena. Era como ver en esos niños a la humanidad entera sintiéndose tan ajena y distante de Dios. Cuando lo que celebramos en la Navidad era todo lo contrario, era Jesús, el Hijo de Dios que venía hacerse uno de nosotros para que en nuestra propia humanidad halláramos la huella de la Divinidad. Él se hacía como nosotros, se hacía humano, alcanzable para todos. Ese era el sentido más grande de la Navidad: un Dios que vive en la humanidad de cada uno. Un Dios que se nos regala y que nos hace regalarnos de pura alegría. La Navidad no es adorar a un Dios que se ve diferente y lejano a nosotros, la Navidad es celebrar a Dios con nosotros", sostiene Berrios.
Al día siguiente el pesebre amaneció sin el Niño Jesús.
"Se le buscó por todos lados y aún nadie sabe qué pasó con él. Sólo yo y ahora ustedes saben que al Niño del pesebre lo enterré en el jardín. Ojalá que en todo el mundo, en todas las navidades se entierren todas las imágenes que nos representan a un Dios ajeno y distante del ser humano. Todas las imágenes de Jesús que distorsionan lo que es verdaderamente la Navidad deberían estar para siempre enterradas", concluye Berrios.
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