Este pesebre me lo regaló mi mamá en diciembre de 2021. Está pintado a mano por la artista y diseñadora Marga Martín, de Mar del Plata (Argentina), quien presenta la escena del nacimiento en un paisaje altiplánico, entre cerros y cactus.
Es un entorno desértico, solitario, silencioso... inmenso y lleno de vida, para quien sabe descubrirla y apreciarla.
Decía el jesuita español Josep Fernández de Henestrosa -a quien apodaban PPH-, que el altiplano es que, en estos lugares en los que, por silenciosos y solitarios, parece que todos se han olvidado d que existe y es allí en donde uno empieza a comprender "lo que es sentirse acompañado y lo que es acompañar a la gente".
Por eso, no cuesta nada imaginar un pesebre en pleno altiplano... casi el lugar perfecto para descubrirse acompañado -amado- por el Dios-con-nosotros.
Fernández de Henestrosa, quien vivió en el Altiplano boliviano entre 1972 y 2001, sirviendo entre el pueblo aymara, supo bien lo que era esa sensación de soledad acompañada, de silencios habitados por la voz de Quien se ha abajado hasta nosotros para decirnos al oído: "He venido a echarte de menos".
"Cuando alguien que ha vivido por un tiempo en el Altiplano se ausenta, se produce una ruptura en el que se va y en los que se quedan: «se echa de menos». Sobre esto quiero pasar hoy un rato con ustedes.
La lengua aymara es una «lengua de ángeles». Tiene un verbo, tumpasiniña, que expresa maravillosamente este sentimiento de totalidad que el Altiplano ejerce sobre sus moradores. Se puede traducir por «ir a visitar, ir a ver, ir a percatarse ocular y ersonalmente de alguien o de algo considerado como propio y, por tanto, muy querido, muy amado, muy apreciado por uno. Un ir a echarse de menos». Sentimiento que no se satisface de una sola vez, sino que reiterativamente surge en el corazón como algo ineludible.
La inmensidad del Altiplano nos hace sentir minúsculos en medio de él; por eso, cuando de pronto, en nuestra vida sumergida en esta inmensidad, se nos acerca un campesino y nos dice «he venido a echarte de menos» se experimenta como un «desvelamiento» de la profundidad del Altiplano. ¡Uno se pensaba y se sentía pequeño, desconocido, extranjero... y de pronto le hacen notar que alguien en su corazón se ha apropiado de uno! Esta experiencia personal es lo más parecido que me he encontrado a la experiencia de Dios en nuestras vidas y en nuestra historia.
Dios con el nuevo atributo del que viene a echarse de menos de cada uno de nosotros, pues somos alguien para Él, somos su propiedad y no puede vivir sin nosotros.
A veces pienso que este sencillo verbo, que tan bien expresa el corazón del pueblo aymara, es como la puerta de comprensión del misterio de los pobres, los predilectos de Dios. Es como si su soledad y su silencio –tan desconcertantes para nosotros– estuvieran anclados firmemente en la secreta esperanza de que hay alguien que repetidamente viene a echarse de menos con su Presencia y su Palabra. Y que ellos también saben cómo expresarle el ir a echarse de menos de Él. Y es este saber el que se expresan entre ellos y que manifiestan con todas aquellas personas que se les acercan. Sabiduría de los pequeños detalles del compartir cotidiano que nos abren la puerta del «respeto a la vida». Desgraciadamente, se pueden tener ojos y no ver, y oídos y no escuchar, pasar muchos años junto a ellos y no tener nada ni nadie de que echarse de menos. Es como vivir sin Dios, sin hermanos, sin comunidad, sin rostros concretos...
Ir a echarse de menos no es ir a controlar, a vigilar, a pedir cuentas, a juzgar. No se va a echarse de menos por utilidad o para buscar seguridades personales; diría que se va porque sí, porque se ama. En el amor que empuja a ir a echarse de menos, se encierra el ingrediente de la capacidad de sorpresa.
Es una aventura que cuando se inicia va acompañada de alegría, de esperanzas, de inquietudes, de anhelos, y que culmina en el encuentro con lo otro de sí mismo...
Creo que, en unos lugares de una manera y en otros de otra, esta manifestación de amor, que es mezcla de sentirse de otro y de sentir a los otros en sí mismo, nos impulsa a ir a echarnos de menos de quien nos la ofreció.
El mundo es como un inmenso altiplano en que poco a poco hay muchos lugares en los que hay muchas cosas y muchas personas a las que nos gustaría ir a echarnos de menos. Curiosamente, en cada persona también hay un «altiplano interior» que nos ha acogido y regalado. Lo mejor de cada uno de ustedes está ahí, en ese «altiplano interior». Es lo que sostiene y hace crecer. Busquen su Altiplano estén donde estén. Búsquenlo con esos ojos nuevos allí donde a los ojos de los demás parezca que no hay vida, a las afueras, en el desierto, en los márgenes, y quédense por un tiempo. Un día vendrá alguien a echarse de menos de ustedes. Invítenlo a cenar y se quedará para siempre en su corazón".
Josep Fernández de Henestrosa."Venimos a «echarnos de menos»" (febrero de1987). En: "Cartas desde el Altiplano".
Es un entorno desértico, solitario, silencioso... inmenso y lleno de vida, para quien sabe descubrirla y apreciarla.
Decía el jesuita español Josep Fernández de Henestrosa -a quien apodaban PPH-, que el altiplano es que, en estos lugares en los que, por silenciosos y solitarios, parece que todos se han olvidado d que existe y es allí en donde uno empieza a comprender "lo que es sentirse acompañado y lo que es acompañar a la gente".
Por eso, no cuesta nada imaginar un pesebre en pleno altiplano... casi el lugar perfecto para descubrirse acompañado -amado- por el Dios-con-nosotros.
Fernández de Henestrosa, quien vivió en el Altiplano boliviano entre 1972 y 2001, sirviendo entre el pueblo aymara, supo bien lo que era esa sensación de soledad acompañada, de silencios habitados por la voz de Quien se ha abajado hasta nosotros para decirnos al oído: "He venido a echarte de menos".
"Cuando alguien que ha vivido por un tiempo en el Altiplano se ausenta, se produce una ruptura en el que se va y en los que se quedan: «se echa de menos». Sobre esto quiero pasar hoy un rato con ustedes.
La lengua aymara es una «lengua de ángeles». Tiene un verbo, tumpasiniña, que expresa maravillosamente este sentimiento de totalidad que el Altiplano ejerce sobre sus moradores. Se puede traducir por «ir a visitar, ir a ver, ir a percatarse ocular y ersonalmente de alguien o de algo considerado como propio y, por tanto, muy querido, muy amado, muy apreciado por uno. Un ir a echarse de menos». Sentimiento que no se satisface de una sola vez, sino que reiterativamente surge en el corazón como algo ineludible.
La inmensidad del Altiplano nos hace sentir minúsculos en medio de él; por eso, cuando de pronto, en nuestra vida sumergida en esta inmensidad, se nos acerca un campesino y nos dice «he venido a echarte de menos» se experimenta como un «desvelamiento» de la profundidad del Altiplano. ¡Uno se pensaba y se sentía pequeño, desconocido, extranjero... y de pronto le hacen notar que alguien en su corazón se ha apropiado de uno! Esta experiencia personal es lo más parecido que me he encontrado a la experiencia de Dios en nuestras vidas y en nuestra historia.
Dios con el nuevo atributo del que viene a echarse de menos de cada uno de nosotros, pues somos alguien para Él, somos su propiedad y no puede vivir sin nosotros.
A veces pienso que este sencillo verbo, que tan bien expresa el corazón del pueblo aymara, es como la puerta de comprensión del misterio de los pobres, los predilectos de Dios. Es como si su soledad y su silencio –tan desconcertantes para nosotros– estuvieran anclados firmemente en la secreta esperanza de que hay alguien que repetidamente viene a echarse de menos con su Presencia y su Palabra. Y que ellos también saben cómo expresarle el ir a echarse de menos de Él. Y es este saber el que se expresan entre ellos y que manifiestan con todas aquellas personas que se les acercan. Sabiduría de los pequeños detalles del compartir cotidiano que nos abren la puerta del «respeto a la vida». Desgraciadamente, se pueden tener ojos y no ver, y oídos y no escuchar, pasar muchos años junto a ellos y no tener nada ni nadie de que echarse de menos. Es como vivir sin Dios, sin hermanos, sin comunidad, sin rostros concretos...
Ir a echarse de menos no es ir a controlar, a vigilar, a pedir cuentas, a juzgar. No se va a echarse de menos por utilidad o para buscar seguridades personales; diría que se va porque sí, porque se ama. En el amor que empuja a ir a echarse de menos, se encierra el ingrediente de la capacidad de sorpresa.
Es una aventura que cuando se inicia va acompañada de alegría, de esperanzas, de inquietudes, de anhelos, y que culmina en el encuentro con lo otro de sí mismo...
Creo que, en unos lugares de una manera y en otros de otra, esta manifestación de amor, que es mezcla de sentirse de otro y de sentir a los otros en sí mismo, nos impulsa a ir a echarnos de menos de quien nos la ofreció.
El mundo es como un inmenso altiplano en que poco a poco hay muchos lugares en los que hay muchas cosas y muchas personas a las que nos gustaría ir a echarnos de menos. Curiosamente, en cada persona también hay un «altiplano interior» que nos ha acogido y regalado. Lo mejor de cada uno de ustedes está ahí, en ese «altiplano interior». Es lo que sostiene y hace crecer. Busquen su Altiplano estén donde estén. Búsquenlo con esos ojos nuevos allí donde a los ojos de los demás parezca que no hay vida, a las afueras, en el desierto, en los márgenes, y quédense por un tiempo. Un día vendrá alguien a echarse de menos de ustedes. Invítenlo a cenar y se quedará para siempre en su corazón".
Josep Fernández de Henestrosa."Venimos a «echarnos de menos»" (febrero de1987). En: "Cartas desde el Altiplano".
Comentarios
Publicar un comentario