¿De qué se ríe la Virgen? No abundan las representaciones de María exultante de alegría, pero no debería ser así. Pese a las muchas dificultades y los duros dolores que vivió la Virgen, es la mujer más plenamente alegre, la que conoce y vive el gozo de Dios y la que llevó en sí la fuente misma de la verdadera alegría, que es Jesús.
"Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo".
"Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador".
La alegría verdadera, el buen humor e, incluso, la risa sana son signos de vivir en la presencia de Dios una existencia humana no exenta de dificultades y sufrimientos pero llena de gracias divinas que ayudan a atravesarlos.
Jesús, siendo plenamente humano y estando plenamente vivo, también se alegró y se alegra, también tuvo y tiene sentido del humor, también se rió y se ríe...
Hay un verso que me encanta de un poema escrito por el sacerdote claretiano español Francisco Contreras Molina (1948-2009) inspirado en al conocido ícono oriental de la Virgen de Vladimir o de la ternura y en el que María le dice al Niño Jesús: "Tú eres partitura de mi risa".
¿Y qué tal imaginar de cuando en cuando a María riéndose a carcajadas con el pequeño Jesús en la cotidianidad de Nazareth? ¿Por qué no reírnos con ellos de nuestras propias torpezas diarias, esas que tantas veces les presentamos en la oración con cara de fin del mundo? ¿Y si sonriéramos más al rezar ante el sagrario, al recibir al Señor en la Eucaristía y al encontrarnos con cada hermano? Será cuestión de pedir la gracia e intentarlo...
"Oh, Jesús, Sabiduría eterna, cuando el Creador afirmaba los cielos y ponía límite al mar y asentaba los cimientos de la tierra, Tú estabas junto a Él como arquitecto, eras su encanto todos los días y en todo tiempo jugabas en su presencia, jugabas con la bola de la tierra y eran tus delicias los hijos de los hombres.
Ahora te contemplo niño juguetón en el regazo de la Virgen Madre y vengo a pedirte sabiduría y buen humor.
Contigo quiero también jugar con la bola de la tierra y ser el encanto de Dios, mi Padre, y las delicias de las gentes, mis hermanos.
Quiero estar alegre siempre, siempre de buen humor, y además contagiarlo a los que están en mi vera.
Dame humor, buen humor, sentido del humor.
Necesito humor para seguirte, Señor, para creer en las bienaventuranzas, para amar y perdonar a todos.
Necesito fuertes dosis de buen humor para ser sal, luz y fermento de este puñetero mundo, entre gente incordiante e inaguantable, de esta sociedad de gentes crispadas y conflictivas, en unas comunidades inexplicablemente ásperas, tensas y ácidas.
Dan ganas de no poner ya más “sal” a la cosa, de esconder la luz en un rincón y no seguir animando y empujando.
“Tocamos la flauta y no bailáis,cantamos lamentaciones y no hacéis duelo”, lo dijiste Tú mismo, no sin humor.
Pero Tú no quieres seguidores gruñones ni entristecidos.
No te agradan las procesiones d “sauces llorones”, no te gusta oír letanías de resentidos.
Lo comprendo, Señor.
No es posible ser buen cristiano sin buen humor.
No es posible vivir el amor fraterno de verdad sin grandes dosis de buen humor.
El mal humor no es un buen conductor de la Buena Noticia.
Dame humor, mucho sentido del humor fuerte, fuerte dosis del buen humor.
Qué risa dan muchas cosas, querido Jesús, Niño juguetón en el regazo de la Virgen Madre: las afirmaciones rotundas de los enfadados, las poses de los engreídos, las majaderías de los poderosos, la vaciedad de los orgullosos, la ridiculez de los que se dan importancia.
Quiero reírme de todo eso.
Y de eso que llaman prestigio, valer, honor, dignidad, autoridad, cuando realmente a veces no es sino vanidad y amor propio.
Quiero reírme de cosas que la gente busca afanosamente, por las que se pelean y enfrentan los que no saben vivir sin ellas.
Qué risa, Señor, qué pena.
Pero, sobre todo, quiero reírme de mí mismo.
Que me vea espantosamente ridículo cada vez que me de importancia o me busque a mí mismo olvidándome de que soy el último de todos y el servidor de todos.
Los importantes sois vosotros: Tú, Señor, y los hombres y mis hermanos.
Ayúdame a mantener inquebrantable mi buen humor ante la terquedad irritante de los que no me quieren o me interpretan mal o se meten conmigo o se burlan y se ríen de mí.
Que no pierda el buen humor ante las maquinaciones, manejos y enredos de gente intrigante.
Que no caiga en la trampa de tratar como enemigos a los que no me quieren o hablan mal de mí.
Que no me atrapen los tentáculos de la envidia y los celos.
Que no me roben la alegría los desengaños, frustraciones o desencantos, ni el fastidio de la vida.
Que los golpes que recibo no me dejen amargado ni resentido.
Quiero reírme, quiero estar de buen humor.
Gracias, Señor, porque he caído en la cuenta de que el humor es la mejor manera de tomarte en serio.
Dame sentido del humor, compañero inseparable del amor cristiano, señal de madurez espiritual.
Dame sentido de la proporción, lucidez para jerarquizar los valores, inquebrantable fe en la eficacia de los medios pobres.
No me importa hacer el ridículo ante la gente; me importa no hacer el ridículo ante Ti, que has puesto al revés los valores del mundo.
Santa María del buen humor, muéstranos a Jesús, Sabiduría eterna.
Niño juguetón, razón y causa de nuestro buen humor cristiano, ayúdanos a mantenernos alegres y bienhumorados.
Ruega por nosotros tantas veces pecadores por tristes y malhumorados, para que seamos dignos de alcanzar y gozar de inalterable buen humor aquí en la tierra y de las alegrías eternas en el cielo".
Damián Iguacén Borau (1916-2020), obispo español
Comentarios
Publicar un comentario