Este Niño precioso me lo regaló mi amiga Annie Calzia en enero de 2020.
El Niño descansa, recostado, seguro, confiado, sobre la palma de Dios Padre.
"En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu"... Cuántas veces Jesús habrá orado este salmo, cuántas veces habrá experimentado la necesidad de recostarse, de descansar en las manos firmes y protectoras del Padre.
Estas palabras del salmo 31 fueron, de hecho, las últimas que dijo Jesús en la Cruz: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lucas 23, 46). Constituyeron su último acto de abandono absoluto a la voluntad del Padre, la entrega confiada de su vida en el culmen del dolor.
"En tus manos encomiendo mi espíritu... Ten piedad de mí, Señor, pues estoy angustiado; mis ojos languidecen de tristeza... Pero yo, Señor, confío en ti, yo dije: Tú eres mi Dios. Mi porvenir está en tus manos," (salmo 31).
¡Cuánto necesitamos en estos momentos hacer, junto a Jesús, un acto de abandono en las manos de nuestro Dios, recostarnos en Él como niños pequeños que simplemente confían y lo esperan todo de su Padre!
Jesús no solo murió sino que vivió la vida entera en obediencia y abandono por amor filial al Padre... como un verdadero niño.
Decía Dom Vital Lehodey que si pudiéramos mirar la vida de Jesús en todos sus actos "hallaríamos por todas partes el amor, la confianza, la docilidad, el abandono infantil de un niño".
Siendo Dios, Jesús se abandonó a la voluntad del Padre en la precariedad del pesebre, en la huida a Egipto, en la obediencia a María y José, en los largos años ocultos de simple y sencilla vida de oración y trabajo en Nazareth... y, finalmente, también en Getsemaní y en la Cruz.
Hoy simplemente te invito, sea cual fuere la situación en la que estés, a recostarte como un niño, junto a Jesús, sobre las manos del Padre y a decirle con confianza: "En tus manos encomiendo mi espíritu, y tú, Señor, Dios fiel, me librarás".
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